|
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Petr P. Yákovlev
Cambios en la política exterior de España
1. Introducción
Pasó más de dos años del Gobierno socialista en España. Ya se puede hacer un balance, aunque sea preliminar, y definir en que áreas de la política nacional el gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero hizo los mayores cambios. A nuestro modo de ver a esta altura se puede hablar de nuevo curso en política exterior de Madrid. Lo principal es que este curso ahora se diferencia bastante de las posiciones de la administración de José María Aznar en asuntos internacionales. España está dando la cara en el mundo en varios frentes y ha asumido en los últimos tiempos nuevas responsabilidades que le convierten en actor no solo regional sino, en cierto sentido, también global. El mayor protagonismo de Madrid en el terreno internacional forma parte del nuevo rol de Europa en los asuntos externos. De los Balcanes a Afganistán y Pakistán, pasando por Oriente Próximo, además del contencioso con Irán, Europa cada vez más se destaca como una fuerza autónoma en los asuntos mundiales. Pero este nuevo papel de Europa le ha convertido también en blanco de iras, que se han concretado en fuertes protestas en países islámicos y en algunas capitales del Viejo Continente. Los intereses europeos han sido abiertamente atacados. Cabe señalar que efectivamente en esta situación sumamente tensa y complicada el presidente del gobierno español J. L. Rodríguez Zapatero junto con su homólogo turco Recep Tayyip Erdogan en un artículo publicado en prensa internacional apelaron al diálogo y a la serenidad en relaciones entre Europa y el mundo islámico (International Herald Tribune. Paris, 05.02.2006). Los ejemplos de este tipo confirman que con la creciente actividad española Europa se afianza como actor mundial de primera línea, lo que conlleva nuevas responsabilidades, y como se ve, nuevos riesgos.
2. La herencia del gobierno popular
Empecemos nuestro análisis con echar un vistazo a la herencia que dejó el Gobierno del Partido Popular (PP) en el área de asuntos exteriores.
Sumando los principales hechos y decisiones tomadas por el equipo de Aznar se puede constatar que, desde la óptica de los intereses estratégicos españoles en el mundo, las consecuencias de su política exterior han sido bastante negativas. A modo de ejemplo destaquemos lo siguiente:
· El Gobierno de Aznar consagró el alineamiento incondicional con la administración Bush de EE UU y de esta manera, en los ojos de muchos, se identificó miméticamente con la política de Washington en diferentes partes del mundo. Entre otras – en Medio Oriente y en Latinoamérica. Siguiendo a los neoconservadores que inspiran la estrategia norteamericana, se adoptó una táctica del ataque preventivo, en la que el fin – defensa de la seguridad nacional, lucha contra el terrorismo – justifica los medios y en la que el poder puro y duro se erige en referente supremo de la acción exterior. · La participación de las fuerzas armadas españolas en la ocupación de Irak sintetizó más que cualquier otro hecho lo anómalo de la política exterior de Aznar. “Con el envio de tropas, escribió el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Augusto Zamora, España se sumaría a la ocupación ilegal de Irak, ahondando la ruptura del orden jurídico y la britanización de su política exterior respecto a EE UU. Ni la negativa de NN UU a endosar la agresión, ni las movilizaciones masivas contra la guerra, ni las encuestas que recogían el abrumador rechazo de los españoles a esa política, han modificado la posición del gobierno” (3). Efectivamente, este triste acontecimiento fue recibido muy mal por la gran mayoría de la sociedad española y al fin y al cabo llevó al más terrible atentado terrorista en la historia de España. “El mundo es hoy mas inseguro que antes de la guerra de Irak, y ninguno de los argumentos con los que Bush, Aznar y Blair decidieron bombardear ese país, dando la espalda a la legalidad internacional, se ha revelado cierto”, - escribía un conocido estadista español Joaquín Almunia (9, p. 203). · El modelo de Aznar que otorgó prioridad a la relación transatlántica (al atlantismo) tuvo impacto negativo para la coordenada europea de la diplomacia española. Madrid formó trío con Washington y Londres y de esta manera ayudó a abrir una profunda brecha en Europa y perjudificó sus relaciones con Berlín y Paris. Basta recordar el rol de Aznar en la historia de la Carta de los Ocho de apoyo a EE UU en su política hacia Irak (30 de enero de 2003). Esto situó a España en una difícil y cada vez más débil posición en la Unión Europea como se vio, por ejemplo, en el Consejo Europeo de Bruselas del diciembre de 2003. Ni siquiera Reino Unido e Italia sirvieron de aliados fieles de Madrid en aquel entonces. · Dentro del marco de la política en Latinoamérica puesta en marcha por la diplomacia de Aznar también se notó una pérdida de autonomía de Madrid. A ello contribuyó, sin duda, la hostilidad mostrada por Aznar contra Fidel Castro en el marco de la Cumbre Iberoamericana de Viña del Mar (Chile, 1996), la primera a la que asistió el dirigente español, desencadenando una crisis estéril que hubo de reconducir poco después para no comprometer la celebración de la Cumbre convocada en La Habana en 1999. Otro ejemplo. Aznar puso en crisis las siempre delicadas relaciones con América Latina cuando aceptó el encargo de Washington de presionar a países como Chile y México para que apoyaran en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas las tesis estadounidenses sobre Irak. Esta intromisión aznarista fue recibida con acritud en países latinoamericanos que buscan en Europa, a través de la puerta de España, un segundo referente que ayude a equilibrar la aplastante influencia norteamericana. · Más o menos lo mismo se puede decir sobre la política de Aznar en el área mediterránea donde cada vez resultaba más apreciable un retraimiento general de la influencia española a pesar de mantenerse un discurso oficial afirmando el interés por la región y el apoyo a la estrategia común euromediterránea sostenida por la Unión Europea. Se destacó un alarmante deterioro sufrido en las relaciones bilaterales con Marruecos. Con todo, el momento de mayor tensión se produjo durante la ocupación marroquí del islote Perejil (julio de 2002) y la posterior expulsión realizada por las Fuerzas Armadas españolas.
Puede afirmarse que el afán por aumentar el prestigio internacional de España estaba sometiendo a la política exterior española a una serie de tensiones y a la pérdida de la relativa autonomía que había tenido antes, deteriorándose de esta manera la imagen de Madrid en la zona de suma importancia para los intereses españoles.
En fin, durante los últimos años de la administración Aznar España en la materia de política internacional se deslizó hacia una agenda que primaba la colaboración con los Estados Unidos en perjuicio de sus relaciones tradicionales con países clave de Europa, Latinoamérica y Mediterráneo. En realidad el modelo de Aznar significaba una alteración de la política exterior que España democrática llevaba a cabo primero por los gobiernos centristas y después por los socialistas. Gracias a este cambio, según la opinión del investigador español Rafael García Pérez, las aspiraciones de España “por convertirse en actor principal en asuntos externos no se han traducido en un incremento de la influencia del país que, en comparación con lo logrado en el inicio de los años 90, ha perdido peso internacional” (1, p. 549). Por eso la primera tarea de la administración de Rodríguez Zapatero era antes que nada reparar los daños causados a los intereses nacionales e imagen política de España y restablecer los principios básicos de la diplomacia española, formulados en el período de la transición democrática.
3. Las características básicas del modelo actual
Analizando la actividad internacional del Gobierno socialista se nota muy bien la rapidez de los pasos dados por Rodríguez Zapatero en la puesta en práctica de un nuevo modelo de política exterior que trata de reparar los destrozos causados por el anterior Gobierno. La nueva administración socialista tenía que actuar en forma bien dinámica y simultáneamente en varias direcciones. Este modelo, además, desde el principio, se caracterizaba por buscar el consenso con las principales fuerzas políticas como base de una línea en la materia internacional, entendida como política de Estado, que en sus rasgos más sobresalientes debe estar por encima de las discrepancias partidarias y los cambios periódicos de gobierno. Rodríguez Zapatero con toda claridad ha hecho hincapié en este punto, tanto durante la campaña electoral como durante el debate de investidura y, al asumir el poder, en varias intervenciones oficiales. Por ejemplo, en el programa electoral del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se decía: “Restableceremos el consenso sobre la política exterior de España, roto por el Gobierno de PP” (4, p. 4). En términos parecidos se ha pronunciado también el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Miguel Ángel Moratinos. Los dirigentes socialistas, según sus numerosas declaraciones, consideran, acertadamente, que una política exterior sólo puede ser creíble y consistente a medio y largo plazo si se entiende como política de Estado, basada en verdaderos intereses nacionales, en el consenso nacional y prescinde de apuestas personales o de partido.
Claro está que el consenso nacional como la base de la política exterior supone simplemente un acuerdo entre los principales partidos políticos sobre las líneas maestras y generales que definen la acción internacional del Estado. El consenso no impide, por tanto, que cada Gobierno, en función de sus planteamientos políticos e ideológicos concretos, introduzca determinados acentos y matices, que a veces pueden ser bastante importantes, en la política exterior.
Sin embargo, sería de suma importancia si el Partido Popular (la principal fuerza de oposición) podría distancionarse de las posiciones mantenidas personalmente por Aznar y paulatinamente podría aproximarse a las mantenidas por el Gobierno socialista, haciendo posible la generación de un consenso en el área de política exterior. Tomando en cuenta los acontecimientos internacionales más recientes, este acercamiento parece ser más que necesario. Desgraciadamente la actividad internacional de los lideres del PP y antes que nada de Aznar a lo largo de los años 2004-2006 en muchos aspectos contradecía los principios básicos de la política actual de Madrid oficial, perjudicando de esta manera la imagen de España en el mundo. Por ejemplo, durante la visita a México en febrero de 2006 Aznar hizo declaraciones en las que apoyó y pidió voto para el candidato del Partido de Acción Nacional-PAN a las elecciones presidenciales (julio de 2006) Felipe Calderón. Dichas declaraciones han levantado gran polvareda en los círculos políticos mexicanos. Incluso, tres partidos de la oposición pidieron al presidente Vicente Fox a expulsar al estadista español del país por inmiscuirse en la política interna de México. (5).
Otro rasgo importante del nuevo modelo de política exterior del Gobierno socialista es la defensa del multilateralismo y de la primacía del Derecho internacional. Ello supone recuperar una de las señas de identidad de la actividad diplomática española desde 1976, que proporcionó a España una reconocida imagen y prestigio internacional. Aznar rompió esa imagen al apostar por el unilateralismo de Bush, cuando precisamente España era miembro no permanente del Consejo de Seguridad, debilitando la apuesta por el multilateralismo de la ONU y atribuyendo al Derecho internacional un papel secundario e instrumental.
Ahora, de acuerdo con los planteamientos teóricos y pasos prácticos de Rodríguez Zapatero, la política exterior de España vuelva a apostar sin medias tintas por el respeto a la legalidad internacional, el protagonismo de la ONU y el multilateralismo. “La nueva política exterior de España, se dice en los documentos del PSOE, apuesta por un nuevo orden internacional, la resolución pacífica de los conflictos, la diplomacia preventiva, la defensa de la legalidad internacional y un multilateralismo renovado” (6, p. 2). En busca de ese multilateralismo y en su primer discurso como Presidente del Gobierno español ante la Asamblea General de la ONU, el 21 de septiembre de 2004, Rodríguez Zapatero propuso una serie de ideas para la reforma del Consejo de Seguridad de este organización y para que este órgano gane en representatividad, democratización, transparencia y eficacia.
En busca también de ese multilateralismo renovado, el líder español ha lanzado su propuesta de creación de una “Alianza de Civilizaciones” entre Occidente y el mundo árabe y musulmán para profundizar en su relación política, social, cultural y hasta educativa. Dicha iniciativa fue apoyada por el dirigente turco R. Tayyip Erdogan y recibió un fuerte impulso del Secretario General de la ONU en su visita a Madrid en marzo de 2005. Igualmente, esta propuesta fue aprobada por los 22 países que conforman la Liga Árabe en la reunión que ésta organización celebró en Argel con la presencia del mismo Rodríguez Zapatero.
Vale destacar que el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, en octubre de 2005 en la rueda de prensa conjunta con su colega Moratinos expresó que Moscú apoyaba “intensamente” la iniciativa de una Alianza de Civilizaciones propuesta por el presidente del Gobierno español (12). A nuestro modo de ver la iniciativa de la Alianza de Civilizaciones es un proyecto muy oportuno desde varios puntos de vista. Sobre todo en las dos últimas décadas el discurso de las civilizaciones se ha situado en el centro de debate internacional contemporáneo. Tras este debate se mantiene la idea del “choque de civilizaciones” (Samuel Huntington, 1993), que proporcionó una base fútil para explicar muchos acontecimientos mundiales importantes y a veces peligrosos y hasta se convirtió en pretexto para cubrir muchas cosas políticas, en especial las causas fundamentales del terrorismo internacional. La iniciativa de la Alianza cree que la humanidad es suficiente elemento común. En lo que a las diferencias reales y arbitrariamente inventadas se refiere, hace falta iniciar un amplio, profundo y constructivo debate internacional. De eso efectivamente se dice la iniciativa de la Alianza de Civilizaciones lanzada por Madrid y por eso sigue recibiendo un vasto apoyo en muchos países del mundo.
4. Las prioridades del Gobierno socialista en el área internacional
En la actualidad estamos ante un cambio de prioridades que marca todo el paradigma de política exterior de España e implica un giro estratégico de primer orden en materia de relaciones internacionales de este país. Frente al modelo Aznar que otorgaba prioridad a la relación transatlántica, Rodríguez Zapatero parte de una idea bien diferente. El líder socialista considera que los principales intereses políticos, económicos, estratégicos y culturales de España están más en Europa que en EE UU y que el Viejo Continente es la prioridad ¹ 1 que define las demás coordenadas de la diplomacia española. A nuestro entender Madrid busca estar en el eje central del proceso de construcción europea y para ello fortalece las buenas relaciones con Alemania y Francia en primer término. “El espíritu de familia franco-español ha vuelto a renacer”, proclamó el ministro Moratinos tras su reunión con su homólogo francés, Michel Barnier, en Madrid en abril de 2004. De su parte, el diplomático francés subrayó el compromiso de Paris por incorporar a España al diálogo franco-alemán, imprescindible en el impulso europeo (7).
Este acercamiento a Alemania y Francia, según la opinión de la dirigencia política española, permitirá a España jugar un papel más importante en los asuntos europeos y con mayor eficiencia defender los intereses nacionales en el marco del complicado proceso integracionista. Hay muchas señales bien claras que demuestran importantes avances de esta índole. Por ejemplo, los anuncios realizados por Chirac y Schröder (con ocasión de la visita de Rodríguez Zapatero a Francia) de la creación de un eje Berlín – Paris – Madrid pusieron de manifiesto el interés de Alemania y Francia por integrar a España en el núcleo central de la integración europea.
Bien se sabe que la guerra de Irak provocó una división entre la “vieja” y la “nueva” Europa, como dijo el secretario de Defensa norteamericano Donald Ramsfeld. La cosa se complicó aún más después de rechazo de la Constitución europea por los electores en Francia y Países Bajos. Vale la pena subrayar que los españoles en su gran mayoría eran partidarios de la Constitución. El 20 de febrero de 2005, España celebró el primer Referéndum de todos los Estados miembros de la UE para ratificar este importante documento. La consulta se saldó con un “SI” rotundo a la Constitución Europea: 76,73% de votos afirmativos frente a un 17,24% de votos en contra. Se da cuenta que la idea de la Europa unida pasa por tiempos difíciles. En esta situación el papel activo de España puede ayudar a superar las dificultadas y Europa volverá de nuevo a tener la única voz en las grandes cuestiones internacionales.
Sin embargo, el nuevo alineamiento de Madrid con Berlín y Paris en ningún caso debe plantearse en términos incondicionales, al estilo de la política de Aznar con respecto a la administración Bush. A nuestro modo de ver la política europea de España debe plantearse de forma flexible a nivel de alianzas y con ciertos márgenes de autonomía en función de los intereses españoles, que no siempre serán coincidentes con los de Alemania y Francia. Los seguidísimos automáticos son absolutamente negativos para la política exterior de cualquier país. En caso de España es inevitable un conflicto de intereses económicos en lo que se refiere al futuro de los mercados europeos, especialmente con el proceso de ampliación de la Unión Europea.
Otra prioridad del nuevo modelo de política exterior del Gobierno socialista es el Mediterráneo y especialmente el norte de África. Eso se explica obviamente por razones estratégicas, políticas, económicas y culturales, derivadas de la proximidad geográfica de dicha región. España ha vuelto a ser un interlocutor apreciado en toda el área del Magreb y en Oriente Próximo. Por ejemplo, la recondición de relaciones con Marruecos, que se produjo desde los primeros días de trabajo del Gobierno de Rodríguez Zapatero, ha permitido recuperar el diálogo político con este país.
Algo parecido pasa con Latinoamérica. Aquí se destacan intereses políticos, económicos y culturales, derivados de una historia, una cultura y una lengua común. El Gobierno del PSOE ha trabajado intensamente en recuperar América Latina como referencia estratégica de su acción exterior. Este afán pronto se ha concretado en dar más dinámica y nivel al diálogo político directo y reforzar presencia española en la región latinoamericana. Madrid ha puesto las bases de una nueva política con Cuba, Venezuela, Colombia y sobre todo estableciendo alianzas estratégicas reales con México, Brasil, Argentina y Chile. España también ha trabajado activamente en el marco de la Comunidad Iberoamericana de Naciones. La diplomacia española jugó el papel principal en la preparación de la XV Cumbre Iberoamericana, celebrada en la ciudad de Salamanca los días 14 y 15 de octubre de 2005, que supuso un avance en ciertas cuestionas básicas en las relaciones entre España y los países de América Latina. “Tras su llegada al poder, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se había fijado unas metas sumamente ambiciosas para la Cumbre de Salamanca...”, escriben los expertos Carlos Malamud y Tomas Mallo y agregan: “En una primera aproximación, se puede decir que se cumplieron buena parte de los objetivos propuestos...” (8, p. 1). A nuestro juicio el Mediterráneo y América Latina son las dos únicas áreas - al margen de Europa – en las que España, en su condición de potencia media, puede proyectar una acción exterior activa y protagonista de manera continuada y consistente que, además de atender a los intereses españoles, refuerce su imagen a nivel mundial. Se puede afirmar con cierto grado de certeza que todos los gobiernos españoles han sido conscientes de esta realidad, pero no siempre han articulado la misma política. Desde los comienzos de la transición democrática, primero los gobiernos centristas de Adolfo Suárez y, después, los gobiernos socialistas de Felipe González, trataron de desarrollar con distinto éxito una política activa, protagonista y relativamente autónoma de España en ambas áreas, que contribuyó decisivamente a mejorar su imagen internacional.
Cual era la particularidad principal de la política española en esas regiones? Podemos constatar que a partir del ingreso de España en la Comunidad Europea las políticas mediterránea y latinoamericana de Madrid fueron políticas muy europeizadas, es decir, apoyadas en la presencia de España en la Unión Europea. Consecuentemente, este mismo europeismo de la política española sirvió de principal contradicción de la línea de Madrid, antes que nada, en América Latina. Es decir, una contradicción entre europeidad e iberoamericanismo. Siguiendo con la problemática de la política latinoamericana, el Gobierno de Aznar a la contradicción arriba mencionada agregó la contradicción entre el atlantismo y el iberoamericanismo, lo que complicó aún más la misión diplomática de Madrid en la región de América Latina.
Que puede hacer la administración de Rodríguez Zapatero al respecto? En lo que se refiere a la política latinoamericana hay tres puntos principales. Primero, hay que dar un empuje mucho más fuerte al proceso de la formación de un espacio económico y político común iberoamericano, usando el mecanismo de las cumbres. Segundo, hace falta dinamizar las negociaciones entre Unión Europea y los organismos de integración latinoamericanos con el objetivo de una asociación estratégica birregional. Tercero, es de suma importancia elevar el perfil político en las relaciones bilaterales, intensificando los contactos al más alto nivel y favoreciendo el incremento de la presencia no sólo político-diplomática y económica, sino también cultural y social de España en dichos países. Parece que con el Gobierno socialista la política latinoamericana de España será capaz de sacar el máximo provecho de los vínculos que a nivel social y cultural existen con América Latina y sabrá beneficiarse de las ventajas comparativas que Madrid tiene en esta región gracias a la historia común.
Con la llegada al poder de la administración de Rodríguez Zapatero se produjo una reforma del servicio diplomático español, incluyendo el cambio del nombre: Ministerio de Asuntos Exteriores pasó a denominarse Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, que fue interpretado como una manifestación de la importancia que el Gobierno del PSOE concede a la cooperación internacional, en primer término, económica y social. La prueba de eso ha sido la aprobación del así llamado Plan Director de la Cooperación Española. Vale subrayar que el compromiso de solidaridad del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero dirigido a combatir la pobreza y la desigualdad en el mundo ha tenido un reflejo en los Presupuestos Generales del Estado de 2005. La Ayuda Oficial al Desarrollo ha pasado del 0,23% al 0,3% del PIB español; los fondos destinados a la Agencia Española de Cooperación Internacional han crecido un 13,18%; la partida presupuestaria destinada a Ayuda Humanitaria y de Emergencia ha experimentado un incremento del 118%; el fondo para microcréditos – herramienta fundamental en la lucha contra la pobreza – ha aumentado un 66%; la aportación de España a los distintos organismos multilaterales se ha visto incrementada en un 26% (6, pp. 5,6). De esta manera España se ha incorporado a la Alianza contra el Hambre, pasando a formar parte – junto a Brasil, Chile y Francia – del núcleo de países promotores de esta iniciativa que tuvo su realización más destacada en el encuentro de lideres mundiales para la Lucha contra el Hambre y la Pobreza celebrado en Nueva York el 20 de septiembre de 2004 bajo la presidencia del Secretario General de la ONU.
Ahora miremos la política actual de Madrid hacia Washington. Rodríguez Zapatero proclamó que la relación con EE UU continuará siendo una coordinada esencial de la política de España, dada la condición de aliados, la comunidad de valores que comparten los dos estados y la importancia de los intereses implicados en dicha relación. “El Gobierno español, decía también el ministro Moratinos, concede un carácter prioritario a las relaciones de España con Estados Unidos" (15, p.4). Pero todo eso no tiene por qué implicar, digamos, seguidísimos automáticos, que supeditan los intereses nacionales de España a los de EE UU y subordinar su actuación internacional. No vale la pena seguir al pie de la letra las posiciones de EE UU en todos los asuntos políticos y económicos, sobre todo cuando una administración rompe de forma radical las reglas internacionales. Además, hay un aspecto más. Se da cuenta que la gran parte de la clase política española no está satisfecha con el nivel de las relaciones bilaterales Madrid – Washington. “No podemos ocultar, subrayó Moratinos, la realidad de que, hasta ahora, estas relaciones han tenido para Estados Unidos una intensidad y un peso bastante limitados” (15, p. 4). Eso quiere decir que la dirigencia socialista buscará un modelo de su cooperación con la Casa Blanca que, de un lado, se caracteriza por mayor autonomía de la diplomacia española y del otro – por el más alto nivel de contactos entre los dos países.
Desde la perspectiva de la defensa nacional de España es necesario un cierto grado de autonomía en los asuntos globales. En relaciones con Washington, como señalaron los dirigentes españoles, hay que volverse al espíritu que quedó plasmado en el Convenio sobre Cooperación para la Defensa, de 1 de diciembre de 1988, entre España y EE UU. Este convenio supuso la superación de la relación subordinada respecto de Casa Blanca que venía del franquismo, y consagró una relación de países amigos y socios, basada en el mutuo respeto y la cooperación en diferentes campos. El clima instaurado por el convenio marcó relaciones constructivas bilaterales que existieron desde entonces, que no impidieron la actuación autónoma de Madrid cuando así lo aconsejó la defensa de sus intereses, hasta el giro dado por el Gobierno de Aznar. Se puede decir que el actual abandono del seguidísimo automático respecto de EE UU significa el retorno al espíritu del convenio bilateral de 1988. El ministro Moratinos declaró al respecto: “Ahora, debemos hacer que renazca el espíritu de colaboración que tuvimos... Es necesario un compromiso político al más alto nivel para que EE UU aborde con la Unión Europea en su conjunto los principales problemas de la agenda internacional en un verdadero diálogo estratégico” (15, p. 3). Seguro que el Gobierno de Rodríguez Zapatero en sus relaciones con Washington va a continuar con una cooperación leal y firme en todos los ámbitos, especialmente en el terreno de la seguridad y la defensa, y más concretamente en la lucha contra el terrorismo. ”En estas cuestiones, escribió el catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid Celestino del Arenal, los intereses y los valores de España son coincidentes con los de EE UU, país – en cuanto única superpotencia – insustituible para hacer frente a esa amenaza” (22, p. 7).
Pero hay que subrayar una y otra vez: ninguna cooperación debe plantearse en términos incondicionales, al margen del Derecho internacional, el multilateralismo y los derechos humanos. En esta línea España puede y debe trabajar en el seno de la Unión Europea para restablecer el vínculo transatlántico que la guerra de Irak ha debilitado de manera importante. De esta manera el Gobierno socialista procede a replantear la posición de España en el mundo y sobre todo en las relaciones transatlánticas y europeas.
5. Los nuevos instrumentos de la política exterior
El modelo actual de la diplomacia española requiere de nuevos elementos y herramientas de índole conceptual, material y operativa. El gobierno socialista tomó una serie de medidas para reforzar los medios materiales y humanos del ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación y trata de mejorar y hasta perfeccionar el proceso de elaboración y ejecución de la política exterior, en primer término – mediante una reforma integral del servicio exterior. Sin duda alguna es un emprendimiento importante y necesario. Pero mejoras de carácter técnico no alcanzan. En la actualidad hacen falta planteamientos estratégicos, de largo alcance.
Por ejemplo, los mismos procesos de la globalización conducen al nacimiento de así llamado Estado-marca (brand state) que, según varios analistas, significa la importancia creciente (desde la óptica de los intereses nacionales, en nuestro caso – de España) de su imagen, de su reputación internacional, es decir, de su marca registrada. Tal y como lo hacen las entidades comerciales con sus productos y servicios para poder diferenciarse de los competidores, los Estados también empiezan a crear marcas con las que individualizarse en el exterior frente a otros países. En este caso, como regla, los aspectos a través de los que se busca la diferenciación tienen que ver menos con el producto en si – la realidad del Estado – que con los sentidos y emociones que puede despertar en los ciudadanos del mundo exterior. “Desde este punto de vista, escribe el investigador principal del Real Instituto Elcano Javier Noya, parece lógico que entre los gobiernos aumente la conciencia de que la imagen del país es un activo fundamental, un instrumento muy eficaz para defender los intereses de los Estados en el contexto de las nuevas relaciones económicas y políticas internacionales” (2, p. 258).
Para promocionar la marca del país los gobiernos y organismos correspondientes nacionales utilizan cada vez más así llamada “diplomacia pública”, es decir, diferentes programas dirigidos a influir en forma deseada sobre la opinión pública en el exterior. De este modo los Estados tratan de vender en el mercado global su mejor imagen para atraer a su territorio distintos flujos – bienes, capitales, conocimientos, personas, etc. – de otras naciones.
En este sentido, España ya hace algunos años está trabajando enérgicamente en varias direcciones, especialmente desde los grandes eventos de la EXPO de Sevilla y de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. En el ámbito de la marca-país, por ejemplo, el gran interés por la imagen exterior se puso de manifiesto en la iniciativa Proyecto Marca España. A principios de 2002 el Real Instituto Elcano, la Asociación de Marcas Renombradas Españolas, el Instituto de Comercio Exterior (ICEX), el Ministerio de Asuntos Exteriores y la Asociación de Directivos de Comunicación (DIRCOM) constituían la plataforma de trabajo denominado Proyecto Marca España (PME) para “avanzar de forma coordinada en la construcción de una imagen de España que responda a la nueva realidad económica, social y cultural del país” (2, p. 267). En el marco del PME fue recopilada y analizada vasta información sobre la imagen exterior de España lo que permitió sacar conclusiones correspondientes y necesarias para redactar unas directrices de comunicación de la marca España. De este trabajo conjunto salieron (como producto real) varias campañas que tenían un impacto importante en distintas áreas. Entre ellas vale la pena mencionar: la campaña “Spain is different” para promocionar turismo a España o la campaña “Spain: the friend in Europe” con inserciones en los principales medios de comunicación de Estados Unidos donde la presencia de población hispana alcanzó un nivel sumamente alto. Como subrayó J. Noya, desde el punto de vista estratégico, “los hispanos pueden ser el caballo de Troya con el que España aumentaría su influencia en EE UU...” (2, p. 269).
No hay dudas que el Gobierno socialista tiene que seguir con esos esfuerzos, perfeccionando los métodos de la diplomacia pública. En definitiva se trata de así denominado “poder blando” -- las imágenes del país en el exterior y su presencia cultural e informativa en la escala internacional.
La práctica de los procesos de la globalización demostró con toda claridad que “el poder blando, bien gestionado, es duro. Y las políticas de diplomacia publica y marca-país, un arma cargada de futuro” (2, p. 274). El Gobierno de Rodríguez Zapatero se da cuenta que España es una gran potencia desde el punto de vista del poder blando y que el gran reto que tiene Madrid a nivel internacional es saber combinar el poder duro y el blando y sobre todo hacer el máximo y mejor uso precisamente del poder blando.
Este objetivo pasa por ensanchar el arsenal de instrumentos de la política exterior, pero también por perfeccionar la imagen internacional de España, sobrepasando las consecuencias negativas de la gestión de la administración Aznar.
6. Conclusiones
El nuevo paradigma de política exterior española en términos generales retoma los principios y prioridades básicos que definían el modelo desarrollado desde la transición democrática, pero al mismo tiempo trata de responder al nuevo escenario mundial y a los nuevos retos que se le plantean a España después de la guerra en Irak, el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 y en el contexto de los procesos económicos y político-sociales que se producen en Europa y en el mundo entero.
Para una potencia media como España, respeto a la legalidad internacional, el protagonismo de la ONU y el multilateralismo son unas mínimas garantías frente a la fuerza y el poder de las grandes potencias y variables fundamentales en la generación de una imagen que favorezca el crecimiento de su rol internacional. En esta misma línea, la política exterior española trata de volver a incluir como principios inspiradores de la acción exterior a dos elementos clave – la defensa de la democracia y la promoción de los derechos humanos.
Al mismo tiempo se produjo un importante cambio de las prioridades. Ahora la política exterior de España abandona el atlantismo, digamos, exagerado y automático que había caracterizado la línea internacional de Aznar y vuelve a ser marcadamente europeísta, apostando por el avance y la profundización del proceso de construcción europea. Lógicamente este enfoque determina toda la articulación de los vínculos políticos y económicos de Madrid con los países miembros de la Unión Europea, recuperando la relación privilegiada con Alemania y Francia, pero también influye en sus políticas en otras regiones del mundo.
|