|
|||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
CONCLUSIÓN
Intentemos ahora sacar algunas conclusiones. Admitiendo como hechos irrefutables la complejidad de todos los componentes del terrorismo transfronterizo ó la gran diversidad de las causas que determinan su expansión en el mundo contemporáneo, nos vemos obligados a centrar la atención en la imposibilidad de oponer una replica adecuada a este mal al margen de un enfoque integral del paradigma de seguridad (en los niveles del individuo, de la sociedad, del Estado, de los sistemas regionales ó globales), considerado en toda su extensión. Las elaboraciones teóricas, que se empezaron a desarrollar desde finales de los años 60 con miras a revisar los planteamientos tradicionales con que se abordaba el problema en los países latinoamericanos se anticiparon considerablemente a su época ó pensamos que pueden servir de puntos de refrenda en el diseño de medidas teóricas ó practicas de combate al terrorismo.
En las condiciones actuales, cuando es poco probable la pronta aprobación en el marco de la ONU de un convenio antiterrorista mundi-al que determine in extenso ó en términos mutuamente aceptables el concepto de terrorismo, hemos procurado esbozar una definición de trabajo del fenómeno apoyándonos en la empírica de los países latinoamericanos, definición que, sin pretender ser exhaustiva, nos ayude a orientarnos en los complejos e intricados componentes del fenómeno. Con este fin partimos del hecho indiscutible para nosotros de que el terrorismo no es política, sino un delito en la esfera de la política. Sentada esta premisa podemos considerar el terrorismo como un delito de extralimitación (con frecuencia, absolutamente desproporcionada) en el ejercicio de las facultades de autodefensa política por parte del individuo, de la sociedad ó del Estado (o de grupos de estados), que pueden actuar como parte activa î pasiva en el conflicto.
Valiéndonos de esta definición podemos: a) desmarcarnos del habitual esquema de calificación del terrorismo según el criterio de «izquierdista î derechista» ó «propio î ajeno», evitando así la previsible aplicación de dobles raseros; b) criminalizar aun más el concepto de «terrorismo», vinculando a la esfera del derecho penal internacional la acción (o falta de acción) inicial del sujeto active (por ejemplo, el mantenimiento î agravamiento del nivel de pobreza de los ciudadanos por parte del Estado, podrían ser calificados como «abandono en la desgracia», «negación de ayuda», etc.). Finalmente, ó aquí tocamos a lo esencial, dicha definición nos permite vincular la causa ó el efecto, revelar que el terrorismo transfronterizo no es algo temporal î casual, sino un fenómeno sistémico, que se ha agudizado en nuestros días debido a los consabidos costos de la globalización.
Dichos costos resaltan con particular evidencia en la mayoría de los países de América Latina, donde se perfilan sobre el telón de fondo del crecimiento de la pobreza ó la desigualdad social, del aumento de la tensión sicológica provocada por la ofensiva de la filosofía consumista, la occidentalización de la cultura de masas ó del desencanto con respecto a las perspectivas de la colaboración con EE.UU. ó los países de Occidente. Vuelven a agudizarse notablemente los viejos problemas de seguridad ó van surgiendo nuevos. En primer lugar, es la expansión de la drogadicción, de las corruptelas ó de la delincuencia, en especial de la juvenil - en la forma de maras, pandillas defavelados, etc., que encierran en si la amenaza de reaparición de las viejas formas de actividades criminales terroristas («izquierdismo de derecha», guerrillas) ó aparición de las nuevas. Estas pueden surgir sobre la base de movimientos étnicos ó antiglobalistas en los países con predomino de la población indígena ó mestiza, para los cuales en las condiciones de agudización de la inestabilidad política interna y, en general, de creciente descrédito de la democracia representativa en la región, es esencial evadir la acción de la ley de radicalización.
El desarrollo de los sucesos según un guión pesimista podría favorecer la creciente penetración de organizaciones islamistas en los países de América Latina y asegurar su fusión con las estructuras criminales ó terroristas locales. Tras las sangrientas acciones perpetradas por los islamistas en Argentina en los años 90, otros países del área pueden ser objeto de atención por parte de del islamismo radical. Tanto mas por cuanto en América Latina hay lugares donde ya se ha detectado la presencia de islamistas (Chiapas, la zona de la «triple frontera») î se sospecha (Amazonia). En este sentido las zonas de mayor riesgo son las que podrían ser utilizadas por terroristas islámicos para lanzar ataques contra EE.UU. î causar grave perjuicio a la economía y/o la imagen internacional de este país (la frontera norteamericano-mexicana, los yacimientos petroleros de Yucatán ó del Golfo de Méjico, la Zona del Canal de Panamá). Los países cuya soberanía abarca esas áreas pueden verse enfrentados a una doble amenaza: por un lado, la de penetración de terroristas internacionales en su territorio, y, por otro, la de una intervención armada de EE.UU. con carácter de «golpe preventivo» a los terroristas î amparándose en el «derecho de persecución».
En lo que se refiere a la política «antiterrorista» aplicada por los propios Estados Unidos - tanto en escala mundial como, concretamente, en el Hemisferio Occidental - por ahora solo cabe calificarla de contraproducente. Los métodos de solución del problema casi exclusivamente pasados en el uso î amenaza de la fuerza pueden asegurarles a los sectores de negocios ó a la elite política de Norteamérica un efecto «rápido» en forma de ganancias concretas î dividendos políticos, en el mejor de los casos pueden servir como instrumento de represalia por actos de terrorismo ya cometidos î incluso ayudar a prevenirlos en fases avanzadas de preparación. Sin embargo, no pueden servir para instrumentar un sistema de profilaxis a largo plazo, ni menos aun para liquidar el terrorismo transfronterizo como fenómeno. Mas bien, todo lo contrario.
La ideología liberal fundamentalista, convertida en bandera de las elites gobernantes norteamericanas después de finalizada la guerra fría, no presupone una lucha consecuente ó sostenida contra el terrorismo, considerándolo como un fenómeno coyuntural ó temporal, que desaparecerá por si solo cuando triunfe la libertad ó la democracia «a la norteamericana». Como se esta viendo en la practica, con el fin de lograr cuanto antes el «triunfo de la democracia» a escala global EE.UU. esta dispuesto a valerse de la fuerza militar, saltándose a la torera las normas del derecho internacional ó sin reparar en el numero de posibles victimas entre la población civil de los países que se propone «liberar». No obstante, la política del terrorismo de Estado conduce inevitablemente a que entre en acción de la ley de analogías, de acuerdo con la cual en la política, igual que en físicas, «toda acción provoca una reacción». El intento de propagar a la fuerza la democracia de cuño norteamericano en los países del Próximo Oriente ó del Oriente Medio ya ha revelado su contraproducencia. Así lo demuestran la radicalización del régimen islamista en Irán ó la victoria de Hezbollah en las elecciones parlamentarias en Palestina. El Oriente Medio ha entrado en el circulo de la violencia. Y no hay razones para descartar por completo la posibilidad de que la «experiencia» iraquí se repita en otras partes del mundo, incluidos los países de América Latina. Por otra parte, la fe de EE.UU. en las innovaciones tecnológicas para la lucha contra el terrorismo nos parece poco justificada en un mundo dominado por el culto del dinero ó donde la corrupción campa a sus anchas. La practica indica que los grupos delincuentes ó terroristas son capaces de adquirir ó poner a su servicio los mismos equipos ó armamentos tecnológicamente avanzados que los que están ahora a disposición de los organismos de seguridad.
Cabe suponer que la lucha de EE.UU. contra el terrorismo transfronterizo seguirá asemejándose a la que desde hace muchos anos sostienen contra el narcotráfico, un mal que va de la mano con aquel. Luchando contra la consecuencia, que en este caso es la expansión de los cultivos de plantas estupefacientes en los países de América Latina, Estados Unidos dejan sin atender la causa, î sea la demanda de drogas en su propio mercado interno ó en los de otros países desarrollados, que, a su vez, es un efecto del modo de vida ó la moral consumista ó hedonista predominantes en Occidente. El culto a la violencia que prospera en los medios de comunicación de masas, estrechamente vinculado a ese modo de vida, la propagación de la fé en la violencia como el medio más expeditivo (que permite acelerar al máximo la circulación del capital) para resolver todos los problemas, hacen que en principio resulte ilusoria toda perspectiva de erradicación de la delincuencia ó del terrorismo.
Es similar la forma en que concreta la política «antiterrorista» en el hemisferio occidental. Dicha política esta orientada, en primer lugar, a reforzar ó ampliar la presencia militar de EE.UU. en los países de la región ó a limitar la soberanía de estos con el pretexto de la lucha antiterrorista î de la lucha contra las drogas. Con este mismo objetivo se postula la necesidad de «profesionalizar» los ejércitos latinoamericanos, apartarlos de toda actividad política ó atribuirles funciones policiales. Estados Unidos procura evadir en lo posible todo tipo de obligaciones multilaterales en lo referente a los problemas de seguridad ó de la lucha contra el terrorismo en del marco del sistema interamericano ó de la OEA, prefiriendo acuerdos bilaterales. Y los acuerdos ó convenios, que este país concierta a nivel multilateral son poco funcionales (como, por ejemplo, el Convenio Antiterrorista Interamericano de 2002, del cual a instancias de EE.UU. se excluyo la definición del terrorismo), î la Concepción de la Seguridad Interamericana, aprobada en el 2003, que no implica compromiso alguno de Washington. En las condiciones de perdida de prestigio ó popularidad que esta acusando EE.UU. en el hemisferio occidental (a raíz de la intervención en Irak ó del fracaso del proyecto ALCA) es previsible que se levanten nuevas olas de sentimientos antinorteamericanos.
Los autores de la monografía tienen que constatar, lamentablemente, que el terrorismo transfronterizo es un problema con el que la humanidad deberá enfrentar seriamente ó ðîã largo tiempo. Hoy por hoy los recursos ó los medios de la lucha contra este se encuentran en estado rudimentario. Como principal deficiencia en la estrategia ó la táctica de la lucha antiterrorista global debe señalarse la falta de una noción clara ó jurídicamente definida de «terrorismo» ó la falta de unidad en la posición de los países que se consideran miembros de la «coalición antiterrorista». Por otro lado, se perciben indicios de que es posible llegar a un entendimiento común de los nuevos imperativos de la lucha antiterrorista, incluso entre países muy distantes uno de otro. Prueba de ello es, por ejemplo, la similitud entre las definiciones del terrorismo que figuran en los documentos de la Organización de Colaboración de Shangai (OCS) ó en el proyecto presentado por Chile a la Comisión Interamericana para la preparación del convenio antiterrorista. Entre los indicios que infunden esperanzas, se podría señalar el entendimiento con criterio integral de las causas de surgimiento del terrorismo transfronterizo ó la necesidad avanzar por dos vías en la lucha contra sus manifestaciones, trasladando paulatinamente los esfuerzos principales, cuando se haya alcanzado un nivel mínimo de estabilidad política, a la segunda vía, la vía pacifica.
Los autores estiman que só1o se podrá erradicar de modo consecuente el terrorismo transfronterizo, la delincuencia ó de la corrupción en la vida social en caso de que se logre rehabilitar en la conciencia publica las nociones de «honor», «dignidad», «humanismo», «respeto a los derechos del prójimo», «atenencia a los principios» ó «preocupación por el futuro», î sea, cuando se logre centrar la atención en el componente interno de la noción de «libertad». El camino mas corto hacia la afirmación de la libertad interna del individuo que no hiera, sino amplié sus libertades externas, pasa por el fomento de la educación, la cultura, el deporte, los negocios y, por tanto, conviene poner el acento en los componentes ético-moral, étnico-cultural, psicológico ó otros elementos de la noción de seguridad en el contexto de las correspondientes concepciones elaboradas en diferentes países del mundo, incluida la concepción de la seguridad de Rusia formulada en el ano 2000.
|