Lev Klochkovsky, Doctor Titular (Economía), ILA
HEGEMONISMO ECONÓMICO DE EE.UU. Y AMÉRICA LATINA
En el marco de los multiformes cambios que distinguen la fase contemporánea del desarrollo internacional, una de las tendencias centrales es la evolución profunda de las estrategias globales norteamericanas que están determinadas por la actuación de al menos dos factores clave. Por un lado, intervienen el deseo de EEUU de mantener su estatus de superpotencia única y, por ende, la necesidad de procurar la consolidación de sus alianzas político-militares y posiciones económicas. Por el otro, la comprensión del entendimiento de imposibilidad de resolver esas tareas solamente basándose en los propios recursos y fuerzas y por la orientación a aprovechar en sus intereses los procesos ascendientes del desarrollo del regionalismo que permitieran poner el potencial unido de todo el Hemisferio Occidental al servicio de EEUU, garantizar dominio en confrontación con otros megabloques y cimentar premisas para intensificar la influencia política y potencial económico. Esta evolución predetermina el cambio cualitativo del papel de América Latina y el Caribe en la estrategia global de EEUU. En el presente artículo nos proponemos analizar algunos de los aspectos económicos más importantes de las transformaciones en curso.
El lugar de ALC en estrategia global norteamericana
Las últimas décadas han estado marcadas por la reestructuración fundamental de todo el sistema de relaciones económicas de EEUU con la región latinoamericana y caribeña. Su esencia se diferenciaba de la fase anterior, en que los países del área intervenían simplemente como objeto de la expansión económica de EEUU que apuntaba a explotar las riquezas naturales, los recursos agrarios y los mercados de venta. En la situación moderna en la agenda figuran las tareas esencialmente nuevas de asimilar integralmente el potencial económico de la región, utilizando sus capacidades tanto para elevar la competitividad del capital norteamericano en el mercado interior como para consolidar sus posiciones en los mercados internacionales. Paralelamente, comenzó a modificarse el enfoque en la apreciación de los principales países latinoamericanos en los planes globales de Washington. Estos países comenzaron a considerar como sujetos de la política global y aliados potenciales en orden a realizar el rumbo estratégico orientado a consolidar política y económicamente el dominio de EEUU. Esa evolución ha sido resultado tanto de operaciones llevadas a cabo en gran escala por las CTN norteamericanas como de los esfuerzos emprendidos a nivel interestatal.
Los años noventa se señalaron por una drástica ampliación de la actividad inversionista del capital norteamericano en la región. En el período de 1990-2004 el monto total de inversiones sobrepasó US$ 200 mil millones, cifra que supera en aproximadamente 150% la suma de inversiones acumuladas por EEUU en ALC a finales de los años ochenta. A las CTN norteamericanas les correspondía una tercera parte del total de inversiones extranjeras realizadas en ese período (1).
Las grandes compañías norteamericanas consolidaron sus posiciones en los principales mercados de bienes. De las 50 mayores empresas extranjeras (en 2003 las ventas de sus productos se equivalieron a US$ 232 mil millones), 27 corporaciones estadounidenses ocupaban posiciones principales, correspondiendo su cuota al 52% del volumen total de las ventas (2).
Se extendió notablemente la estructura sectorial de las inversiones norteamericanas. Las CTN estadounidenses tomaron parte activa en la privatización de las empresas públicas en muchos países latinoamericanos, lo que les permitió enquistarse en varios sectores de la esfera de servicios (finanzas y banca, electricidad, abastecimiento de gas, sistema de telecomunicaciones). En particular, ocuparon posiciones de liderazgo en la región conocidos bancos norteamericanos tales como Citibank, Fleet Boston Financial Corp., ahora incorporada en Bank of America, J.P. Morgan, Chase, la compañía energética AES Corp. y la de telecomunicaciones Bell South, etc.
También se consolidó de modo apreciable el papel del capital norteamericano en el comercio exterior de los países latinoamericanos. El intercambio de EEUU con la región fue creciendo a ritmo acelerado. Si a comienzos de los años setenta el total de las exportaciones latinoamericanas a EEUU se situaba un tanto por debajo del de las exportaciones a Europa Occidental, en el 2002 las superaba ya en una proporción de 4:1 (3). Las compañías estadounidenses encabezaron la lista de los 200 principales exportadores extranjeros que protagonizaban el intenso proceso de transnacionalización del comercio exterior de la región. El peso específico de este grupo de compañías en las exportaciones totales aumentó entre los años 1990 y 2002 del 25 al 42% (4).
En general, se puede constatar que el capital norteamericano ha logrado en los últimos tres lustros ampliar sustancialmente la base de sus posiciones económicas en América Latina. Y no se trata sólo de variaciones puramente cuantitativas, sino también de serios cambios cualitativos, vinculados, en primer lugar, con notables transformaciones en la correlación de fuerzas entre los sectores empresariales nacional y extranjero a favor de este último. En los años noventa, la cuota de las compañías foráneas en las ventas de las 500 mayores firmas creció del 25 al 43%, mientras que la de las empresas públicas nacionales disminuyó del 33 al 20% y la parte de las privadas, del 42 al 37% (5). Cierto es que a principios del decenio en curso a raíz de la coyuntura económica desfavorable en EEUU y en muchos países de la región, las compañías extranjeras experimentaron una notable reducción de sus cifras de ventas, pero a juzgar por todo esto no ha supuesto cambios sustanciales en la correlación de fuerzas de los sectores empresariales básicos. Por otra parte, vale tener en cuenta que la intervención masiva de las CTN norteamericanas a América Latina iba acompañada del surgimiento de múltiples formas de nuevas relaciones económicas, basadas en particular en los principios de out-sourcing, lo que permitió someter al control extranjero grandes masas del capital nacional.
Los esfuerzos del sector privado norteamericano por extender sus posiciones económicas en América Latina contaban con el respaldo activo del Estado. El objetivo principal de la estrategia global de EEUU consistía en crear condiciones favorables para la actividad de las compañías estadounidenses en la región. El eje de esa estrategia en los años ochenta era ayudar a la implantación de la doctrina de neoliberalismo en el área, tanto sobre la base de una intensa interacción con los organismos financieros internacionales (en primer término, con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) como en forma de acciones puntuales de la diplomacia norteamericana.
Es obvio que la transición al neoliberalismo fue concebida por Washington como una maniobra estratégica de gran envergadura, orientada en primer lugar a resolver las tareas clave de aceleración del desarrollo socioeconómico de América Latina sentando las premisas para su ulterior aproximación a los centros del capitalismo en el campo político y económico. En este contexto, el logro por el capital foráneo (en particular, el norteamericano) de mayores posibilidades para ampliar al máximo su penetración en el área aparecían apenas como una derivada secundaria del modelo neoliberal.
No obstante, en la vida real los efectos positivos del neoliberalismo resultaron bastante estrechos y efímeros. La aplicación de este modelo generó en la economía latinoamericana un cúmulo de fenómenos negativos: dio lugar a mayor inestabilidad, a la agudización de muchos problemas socioeconómicos clave, a un notable fortalecimiento de las tendencias de transnacionalización (en particular, reforzó la dependencia respecto a las CTN estadounidenses), contribuyó a que se intensificara la explotación económica de la región (6). Comentando estos fenómenos, el ex-Secretario Ejecutivo de la CEPALC, José Antonio Ocampo, comentó en recientes declaraciones, que en el último cuarto del siglo las políticas económicas en la región se basaron sobre dos principios: primero, la constatación del hecho de que la industrialización realizada por el Estado resultó ineficiente; y segundo, el entendimiento de que para proporcionar dinamismo y competitividad a la economía era necesario liberalizar las fuerzas de mercado. Estos principios incurrieron en contradicción con la realidad. En los últimos 25 años los resultados del desarrollo económico han sido peores y las tasas de crecimiento muy inferiores comparando con las que se registraron durante el período de industrialización por sustitución de importaciones. De hecho, la brecha económica entre América Latina y los países industriales avanzados ha vuelto a agravarse(7).
Tales resultados no podían menos de provocar fuerte desencanto con el modelo neoliberal y las demandas de revisarlo básicamente por parte de los círculos más amplios políticos y sociales. En esta situación la estrategia latinoamericana de EEUU experimenta una evolución importante, adoptando como vector central la estrategia de bloques. Pasos concretos en la realización de esa estrategia han sido la famosa Iniciativa para el Caribe, la concertación del TLCAN, la firma de tratados de libre comercio con varios países caribeños, centroamericanos y andinos, la promoción del proyecto del ALCA. Esos pasos estaban orientados al logro de un objetivo dual: primero, tratar de mantener las bases del modelo neoliberal vigente que, a juicio de Washington, ofrecía posibilidades óptimas para ejercer influencia estratégica en las principales orientaciones del desarrollo socioeconómico de la región; segundo, ir incorporando gradualmente a los países latinoamericanos y caribeños a su reserva política y económica más próxima, formar en el Hemisferio Occidental mediante diversas formas de interdependencia un espacio económico cerrado, donde el capital norteamericano gozara de serias ventajas en comparación con sus principales competidores.
No obstante, la realización de estos planes tropezó con serias dificultades derivadas tanto del propio carácter y contenido de las iniciativas norteamericanas como de factores incidentales. Una particularidad importante de la estrategia económica de EEUU en la región y, en particular, de su elemento básico —el Proyecto del ALCA—, consistía en que su centro de gravedad tendía a la obtención de ventajas y privilegios unilaterales para el capital norteamericano. Esto se refería por completo al mecanismo de liberalización del comercio regional en el marco del ALCA, que preveía el desarme aduanero rápido (en el transcurso de 5 años) y total de los países latinoamericanos dejando casi intacto el sistema de barreras no arancelarias, cláusulas antidumping y medidas especiales establecidas en virtud del artículo 301 de la Ley de Comercio de 1974, las Reglas de procedencia de mercancías, etc., que protegían el mercado interno de EEUU. La revista Comercio Exterior anotaba en un análisis del contenido de las sugerencias norteamericanas: “El país del cual se esperan las mayores concesiones, Estados Unidos, se ha declarado en la mesa de negociaciones en franca oposición a cualquier cambio o enmendadura de sus leyes en esta materia y ha hecho de su conservación una de sus metas principales en el ALCA” (8).
Además, un elemento clave del proyecto ALCA era la orientación a reducir la significación y en perspectiva liquidar por completo los procesos de integración subregional. La idea era aquellas agrupaciones que ya existían en la región (en particular, la Comunidad Andina y Mercosur) se disolverían en el marco de la nueva asociación panamericana. Ya en la fase inicial de las negociaciones, EEUU al enfrentarse con los intentos de los países latinoamericanos de aprovechar a su favor el potencial negociador de diferentes alianzas, les contrapuso la táctica de las negociaciones por separado con cada país. La profesora mexicana Aida Lerman Alperstein, experta en materia de integración regional, señala: “Una negociación con una tendencia al bilateralismo de Estados Unidos con cada país…configura un escenario desfavorable para estos países, dado que ello erosiona la cohesión regional alcanzada en décadas de esfuerzo integracionista al reducir en gran medida su poder negociador” (9).
Un obstáculo serio en la realización de los planes estratégicos de EEUU fue la firme postura adoptada por Brasil, que no solamente intervino como principal oponente con respecto a varias cláusulas clave del proyecto del ALCA, sino que no sin éxito logró asegurar —sobre la base del Mercosur— coordinar la actuación de las naciones latinoamericanas de primera línea. De hecho la actitud intransigente de Brasil estaba motivada no sólo por el destino que pudiera tener este proyecto concreto, sino por cálculos estratégicos a largo plazo: por el deseo de afirmar su liderazgo en América del Sur y, más aún, su estatus de potencia mundial. Por eso fracasaron los esfuerzos de la diplomacia norteamericana de lograr en el curso de las negociaciones el deseable consenso mediante concesiones parciales.
Finalmente, hay que señalar también cierto papel destructivo de las maniobras antinorteamericanas desplegadas por los países eurooccidentales que ven con recelo los intentos de EEUU de consolidar sus posiciones en América Latina y de este modo desplazarlos como principales competidores en la región. La Unión Europea activó sustancialmente sus esfuerzos tanto mediante la concertación de convenios de libre comercio con algunas naciones sudamericanas (México, Chile), como por medio de cumbres regulares entre miembros de la UE y Mercosur. A pesar de que la meta principal que se planteaban los latinoamericanos en esas cumbres (en primer lugar, Brasil) —constituir una zona de libre comercio en el formato UE-MERCOSUR”— todavía no se cumplió, estos encuentros suponían una forma indirecta de apoyo a estos países, de fortalecimiento del vector que se opone al dominio de EEUU en la región. Tuvieron gran importancia diversos pasos dados a nivel de las relaciones interestatales bilaterales, plano éste en el que se destaca por su actividad España. Así, durante la visita que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, efectuó a Brasil, a principios de 2005, se declaró que Madrid consideraba a Brasil como su aliado clave en América del Sur, particularmente en el contexto de la afirmación de los principios de «multipolaridad» en las relaciones internacionales.
Las complicaciones surgidas bloquearon en gran medida poner en práctica la estrategia latinoamericana de EEUU. La realización de su eslabón central —el proyecto ALCA— sólo resultó posible en forma muy truncada. Como han señalado expertos de la CEPALC, “...la existencia de posiciones diametralmente opuestas...condujeron a la formulación de un acuerdo hemisférico más restringido” (10).
El concepto de “dos mundos”
Es poco probable que las dificultades surgidas en la realización de la estrategia económica de EEUU en la región hayan causado gran sorpresa. Habían sido pronosticadas por los círculos empresariales norteamericanos y la diplomacia de Washington, que desde el inicio de las negociaciones para la formación del bloque económico panamericano eran conscientes de que este iba a ser seguramente un proceso prologado, que se dividiría en varias fases. Con este motivo desde mediados de los noventa en un componente importante del derrotero estratégico norteamericano convirtió la línea por dividir la región en dos esferas: en la primera se encontraban los países con el dominio económico indisputable norteamericano (a estos pertenecen México, los países centroamericanos y caribeños); la segunda comprendía los Estados andinos y los del Cono Sur, donde las posiciones del empresariado nacional y la competencia extranjera eran visiblemente más fuertes, y el capital norteamericano se vio obligado a sostener una lucha intensa por conquistar su dominio económico. Comentando esa división de la región, refiriéndose a la táctica del capital norteamericano, los expertos de la CEPALC señalaron: “Es posible construir un panorama simplificado… de las actividades de las empresas transnacionales en la región, que se caracteriza por la existencia de “dos mundos” (11).
El objeto básico de los intereses estratégicos de EEUU era la primera esfera. Precisamente aquí se aprobó y experimentó con el arsenal más moderno de métodos llamados a garantizar esos intereses. La importancia clave la tuvo la formación de un sistema específico de relaciones económicas con México, cuyas bases fueron cimentadas por la creación en 1994 del NAFTA con participación de EEUU, Canadá y México. Por los años pasados aquí se manifestaron claramente los puntos de referencia por los que se guiaron los EEUU en sus enfoques hacia México.
Hace falta reconocer que EEUU mostraron su disposición de tener en cuenta ciertos intereses económicos de su vecino meridional, sus intentos de promover la aceleración del progreso económico, modernizar la estructura de economía, garantizar la afluencia masiva de inversiones foráneas, al igual que resolver los problemas de migración de la mano de obra mexicana a E EUU, obtener un acceso más amplio al mercado norteamericano para los productos mexicanos. El desarrollo de la interacción económica con EEUU sentó las premisas para elevar las tasas de crecimiento económico, índice con respecto al cual México figura entre los líderes de América Latina. Los inversores norteamericanos incrementaron en flecha la escala de sus inversiones en la economía mexicana, que en el período de 1996-2004 sumaron US$80 mil millones y excedieron muchas veces los volúmenes de inversiones foráneas acumuladas en el período anterior. El intercambio del comercio exterior de México en los años noventa y la primera mitad de la década en curso se cuadriplicó con creces, siendo de señalar que en sus exportaciones comenzaron a predominar artículos manufacturados. Por el volumen del comercio exterior México dejó muy atrás a los demás países líderes de la región: su cuota en el comercio mundial creció sensiblemente, del 1,3% en 1990 al 3,2% en 1999 (12). Anualmente a EEUU marchan hasta 500 mil braceros mexicanos cuyas remesas en metálico a la patria alcanzan casi US$10 mil millones anuales (cifra comparable con las ganancias mexicanas por la exportación de petróleo).
Por otra parte, estos procesos van acompañados de una clara tendencia al fortalecimiento del dominio del capital norteamericano en la economía mexicana y a la aparición de formas múltiples de vinculación económica a EEUU, cuya cuota en el comercio exterior de México se elevó hasta casi el 90% (13), mientras que el peso específico de las CTN norteamericanas en el total de inversiones foráneas alcanzó aproximadamente dos tercios (14) .Simultáneamente se opera la inserción paulatina de México en el complejo sistema de relaciones con el organismo económico de EEUU. Si en la etapa pasada en esta situación se encontraba básicamente la zona norteña del país, donde las unidades económicas principales fueron representadas por las maquiladoras de la CTN norteamericanas, en la actualidad ya casi todo México tiende a convertirse en una vasta plataforma de exportación orientada al mercado norteamericano y, por consiguiente, experimenta una dependencia muy fuerte con respecto a la coyuntura económica del vecino norteño.
No cabe duda que sería incorrecto apreciar de modo unívoco los fenómenos mencionados e ignorar los crecientes elementos de interdependencia a que dan lugar. Entre estos figuran: el creciente papel de México como suministrador de combustibles líquidos a EEUU. Recientemente el país avanzó al primer lugar entre los exportadores de petróleo, dejando atrás a los líderes tradicionales (Venezuela y Arabia Saudita). Las empresas norteamericanas extienden gradualmente sus contactos productivos y vínculos cooperativos con el capital local, lo que en cierta medida modifica su carácter puramente de enclave, consolida el grado de concatenación con la economía nacional y genera importantes elementos de interdependencia e interacción. En el contexto de fuerte agudización de la competencia en el mercado norteamericano, en particular, por parte de los exportadores chinos, se plantea la necesidad de proceder a una reestructuración cualitativa de las maquiladoras mexicanas, elevar su competitividad, lo cual, por lo visto, sólo será posible mediante modernización, una mayor autonomía de decisión, la implantación de las tecnologías punta, la ampliación de la cooperación con el sector nacional de la economía. No obstante, pese a la importancia de estos nuevos elementos las relaciones de interdependencia surgidas tienen un carácter eminentemente asimétrico sin que ello implique cambio de fondo en la esencia de las tareas estratégicas realizadas en México por el capital norteamericano.
Por lo que se refiere a las naciones centroamericanas y caribeñas, el enfoque de EEUU se construye fundamentalmente sobre la base del modelo mexicano adaptándolo a la debilidad de las posiciones políticas y económicas de estos países. Esto permite al capital norteamericano restar importancia a los intereses nacionales de esos países. En esta zona, los cimientos del nuevo sistema de relaciones económicas se fueron creando desde mediados de los años ochenta, cuando un nutrido grupo de firmas de confecciones y supermercados norteamericanos (Sears, Wal Mart, Nike, Fruit of the Loom, Sara Lee, etc.) comenzó a instalar una red de empresas para fabricar (con tejidos norteamericanos) prendas de vestir con destino al mercado de EEUU. Estas empresas contribuyeron a cierta aceleración del crecimiento económico, crearon empleo y estimularon el auge de las exportaciones, modificando sustancialmente su estructura. La ropa hecha pasó a ser el rubro principal de exportaciones de muchos países de la región. Así, en el período 1990-2002, las exportaciones de la ropa hecha a EEUU de Honduras crecieron de US$112 millones a US$2.500 millones y la cuota de esos productos en las exportaciones nacionales se elevó hasta el 90%. Semejante dinámica se registra en la República Dominicana: con cifras de US$79 millones, US$2.100 millones y el 55%; El Salvador, con US$54 millones, US$1.600 millones y el 60%, y Guatemala, con US$185 millones, 1.700 millones y el 65% (15).
A mediados de los años noventa esta interacción (basada en el factor de existencia de mano de obra barata) se complementó con la cooperación en los sectores de altas tecnologías (producción de equipos eléctricos y técnica electrónica, software, instrumentos y aparatos médicos). Varias corporaciones líderes de la industria electrónica de EEUU (Intel, Motorola, DSC Communications Corporation, Sawtec Merrimac) instalaron en la región empresas ensambladoras que han alcanzado cifras de producción bastante altas y aumentan a ritmo acelerado el volumen de suministros al mercado norteamericano (por ejemplo, en Costa Rica en los años noventa, surgieron unas 50 empresas para el ensamblaje de aparatos electrónicos, con un número total de 10 mil empleados). Los productos de esas empresas ocupan ya el lugar principal en las exportaciones costarricenses y su peso específico supera el 40% (16).
Estos procesos se han traducido en notable ampliación y consolidación de las posiciones del capital norteamericano en la región. En los últimos 15 años las inversiones norteamericanas en los países del Caribe sumaron aproximadamente a US$20.000 millones, y en los países centroamericanos, unos US$15.000 millones (65% del total de inversiones foráneas). Se han fortalecido considerablemente todas las formas de vinculación comercial de la región con el mercado estadounidense. La cuota de EEUU en el comercio de muchos países centroamericanos y caribeños creció en grado sustancial. En el período de 1990 a 2002 el peso específico de EEUU en las exportaciones hondureñas creció del 52,8% al 69%; en las costarricenses, del 45,7 al 49,6%, y en las dominicanas, del 66,8 al 85,0% (17).
Esas tendencias eran determinadas en gran medida por el sistema de preferencias arancelarias concedidas a las maquiladoras de las CTN norteamericanas, que garantizaba el acceso privilegiado de sus productos al mercado de EEUU. En diciembre de 2003, EEUU concertó con los países de Centroamérica la firma de un convenio para crear el área de libre comercio (CAFTA), que se celebró en agosto de 2005 y que ofrece oportunidades aún más amplias para la interacción económica de EEUU con esta subregión. Los observadores señalaron la rigidez de las posiciones mantenidas durante la negociación por EEUU, que cortó en seco cualquier intento de los países centroamericanos de hacer valer su potencial colectivo negociador. Como escribía la revista Comercio Exterior, “…a fin de cuentas cada uno negoció de manera bilateral tratando de sacar la mejor ventaja frente a Estados Unidos. El resultado lógico fue que este último hizo concesiones mínimas a las naciones centroamericanas” (18).
Esta situación no es casual. Aprovechando el gran interés de los países regionales en extender la interacción económica con EEUU y el potencial creciente de sus posiciones económicas, las CTN norteamericanas suelen mantener una postura intransigente en muchas cuestiones clave, ignorando de hecho los intereses económicos de sus socios. Es de señalar el carácter de enclave que conserva la mayoría de las maquiladoras norteamericanas en la región, su aislamiento profundo con respecto a la economía nacional del país en cuyo territorio se hayan instaladas. Los intentos de las naciones centroamericanas y caribeñas de lograr una mayor participación nacional en la producción de las empresas extranjeras en la mayoría de los casos se bloquean. Al constatar esos hechos, los peritos de la CEPALC recalcan el carácter ilusorio de muchos procesos que se interpretan en los países caribeños y centroamericanos como logros reales. “Es así,—se dicta en uno de los resúmenes recientes de la CEPALC,— que estos países han logrado atraer módulos de los SIPI de importantes empresas transnacionales estadounidenses, que buscan reducir sus costos de producción para competir mejor con las importaciones asiáticas en su propio mercado. Desafortunadamente, estos países no se han beneficiado mucho de este logro en términos de escalamiento industrial y tecnológico de las actividades en cuestión” (19).
Así, pues, en el marco de América Central y Caribeña se ha formado un espacio económico subordinado al capital estadounidense que de manera más o menos adecuada está preparado para integrarse en EEUU en las condiciones sugeridas por Washington. Este espacio contrasta con los demás países de América Latina y sirve de punta de lanza para materializar los planes estratégicos de EEUU a escala continental.
La agrupación del Sur, encabezada por Brasil y que incluye los Estados del Cono Sur y los países andinos, también es el objeto de atención especial de EEUU. Teniendo en cuenta la oposición rígida con Brasil, la línea práctica de EEUU consiste aquí en atraer determinados países —por separado— a la alianza norteña por medio de la intensificación de las relaciones bilaterales (como Chile que tiene con todos los miembros del TLCAN convenios de libre comercio, ciertos miembros de la Comunidad Andina con los que EEUU también negocia tratados de libre comercio). Al mismo tiempo se realizan esfuerzos por transformar la alianza opositora desde dentro: influir en el carácter de los procesos internos en diferentes eslabones y sectores de la economía, atizar las contradicciones entre los miembros líderes de Mercosur y otras agrupaciones. El papel clave al respecto se atribuye al gran capital privado de EEUU cuyo principal eje de actividad está centrado en la economía de Brasil.
En sus enfoques para con este país las corporaciones estadounidenses parten, en primer lugar, de los cambios sustanciales que se perfilaron en la economía brasileña en los años noventa y en la década en curso. Se trata en primer lugar, de la creciente dependencia de Brasil de toda una serie de factores económicos externos (nivel de financiamiento exterior, afluencia de inversiones privadas foráneas, coyuntura en los mercados de bienes) y de la inestabilidad económica general. Esto abre grandes posibilidades tanto para influir sobre la situación económica en Brasil, como para moverlo a corregir su rumbo político.
Otro aspecto de no menor importancia es la notable expansión de las posiciones económicas de las transnacionales norteamericanas en Brasil. En el período de 1990 a 2004 estas invirtieron más de US$50.000 millones en este país. Su cuota equivale a casi una cuarta parte del total de inversiones extranjeras. Al mismo tiempo, la intensificación de la competencia por parte de los inversores españoles y holandeses que obligó a retroceder a los inversores japoneses y alemanes, apenas ha tenido impacto en los intereses americanos. Las CTN norteamericanas ocupan posiciones rectoras en la esfera de servicios (energía, gas, telecomunicaciones) y el sector financiero-bancario, realizando grandes inversiones en la industria manufacturera.
En la actualidad la orientación básica de los esfuerzos del capital norteamericano en Brasil es internacionalizar las actividades de sus empresas. Si en la fase anterior esas empresas estaban orientadas primordialmente al mercado interno, ahora se hallan cada vez más insertadas en los sistemas de los complejos internacionales pertenecientes a las compañías norteamericanas líderes. Esto significa una inserción aún más profunda en la economía internacional en proceso de globalización, lo que inevitablemente supone su creciente dependencia respecto al impacto de factores externos que escapan a todo mecanismo nacional de control o regulación.
Estos procesos se manifiestan con especial evidencia en la industria automotriz, donde son muy sólidas las posiciones de las compañías norteamericanas. En la última década el volumen total de las inversiones foráneas en el sector ascendió a US$18.300 millones y su capacidad productiva se elevó a 3,2 millones de unidades al año (20). La industria experimentó cambios tecnológicos fundamentales relacionados con puesta en marcha de los complejos de módulos y la reorganización correspondiente de todo el sistema de subproveedores. Esta reorganización fue el desplazamiento importante de este sistema de las compañías nacionales y su monopolización casi completa por parte de los fabricantes extranjeros (en particular, por las grandes compañías estadounidenses Delphy y Visteon). Al mismo tiempo la tendencia más importante de la evolución del sector fue el fortalecimiento drástico de su orientación exportadora. Las exportaciones brasileñas de automóviles crecieron de 187.300 unidades en 1990 a 648.000 en 2004 (21). Agreguemos que la cuota de General Motors y Ford ha ascendido a casi la mitad del total de exportaciones brasileñas; en los últimos años, las compañías norteamericanas instaladas en Brasil han venido destinando al mercado externo hasta el 40% de su producción (a principios de los 90 la cuota de exportaciones en su producción estaba comprendida entre el 5 y el 8%) (22).
Por supuesto, los nuevos fenómenos arriba mencionados no deben ser analizados de modo simplista, fijándose únicamente en crecientes oportunidades de que dispone el capital estadounidense para presionar sobre Brasil y otros países sudamericanos. En realidad se desenvuelve un proceso más complicado, multifacético, en cuyo marco están presentes los intereses nacionales importantes de los países sudamericanos y se establece un sistema de relaciones de interdependencia. Precisamente con el establecimiento de esas relaciones, y de modo paralelo al uso de la presión, los círculos empresariales y la diplomacia de Washington vinculan los cálculos fundamentales para materializar sus planes estratégicos en la región.
Interacción económica: problemas y perspectivas
Hay razones por considerar que las complicaciones surgidas no contrarían demasiado a EEUU, pues las tareas que se ha planteado son a largo plazo y sus políticas regionales son parte integrante de la estrategia global. Por eso, para determinar las perspectivas de futuro es importante tener en cuenta los problemas y contradicciones básicos con que tendrán que enfrentarse EEUU en la realización de sus planes estratégicos en el Hemisferio Occidental.
Uno de los obstáculos más serios es la persistencia del complejo de contradicciones económicas con los países de la región. Con mayor fuerza estas se manifiestan en un campo tan importante para muchos países latinoamericanos como es el comercio de productos agropecuarios. El intríngulis de la cuestión consiste en que la mayoría de los países industrializados se otorgan fuertes subvenciones a la producción del agro, lo que crea premisas para fenómenos de superproducción: en el mercado internacional se eleva artificialmente la competitividad de los productores de los centros del capitalismo, se obstaculiza el acceso de los productos agropecuarios procedentes de la periferia a los mercados de los últimos y evolucionan a la baja los precios internacionales. Según diversas estimaciones, en los últimos 20 años los precios de estos productos disminuyeron en el 50%, causando pérdidas anuales de hasta US$60.000 millones a los productores de los países en vías de desarrollo (23).
EEUU tradicionalmente aplica una política de apoyo multifacético y estímulo a la producción y las exportaciones agropecuarias nacionales. Es más, las proporciones de esta ayuda aumentan constantemente. Así, el volumen de subsidios directos a los productores de acuerdo con la legislación vigente sobre seguridad agraria e inversiones en el agro de 2002, creció en el 70% en comparación con el período de los 6 años anteriores. El total de asignaciones otorgadas para esos fines en virtud de dicha ley asciende a US$180.000 millones (24). Además, el Estado proporciona importante apoyo financiero a los productores norteamericanos por otras muchas vías. Por ejemplo, en el marco del programa de garantías contra las oscilaciones de los precios, al que se destinaron en el 2001 US$5.500 millones. También funcionan otros programas de financiación de exportaciones y de contribución a diferentes sectores agrarios: producción de productos lácteos, legumbres y frutas, maní, etc.
Señalemos que estas medidas benefician en lo fundamental a los grandes productores. Del total de subsidios otorgados, el 67% corresponde al 10% de las economías granjeras. Precisamente esos grandes productores y exportadores representan la vanguardia del negocio agrario norteamericano que realiza la expansión exportadora en gran escala y activamente bloquea el acceso de los productos agrícolas latinoamericanos al mercado de EEUU.
Todo esto naturalmente repercute en importantes intereses económicos de muchos Estados sudamericanos. Los productos subsidiados de EEUU (trigo, maíz, sorgo, carne de aves, leche, yema) compiten poderosamente en los mercados latinoamericanos con las mercancías locales. Así, tan solo en México desde que entró en vigor el TLCAN las ventas de carne norteamericana crecieron en 2,5 veces; las de trigo, en más de 100%, las de leche en polvo, en un 60%, y las de maíz, en un 50%. El déficit anual de México en el comercio de los productos agropecuarios con EEUU superó US$3.500 millones (25). Al mismo tiempo los productores latinoamericanos de azúcar, cítricos, jugo de naranja, limones, manzanas, legumbres, algodón, tabaco tropiezan con muchas restricciones de acceso al mercado de EEUU y en muchos casos no pueden competir con los productores norteamericanos, cuya competitividad es artificialmente elevada.
Los intentos de los países latinoamericanos por lograr que EEUU revise su política agraria hasta ahora no han tenido efecto palpable. En las negociaciones para la creación del ALCA la delegación norteamericana rechazó todas las demandas de los países latinoamericanos de que se limiten los subsidios al sector agrario y se establezcan premisas más favorables para el acceso de los productos agrarios de la región al mercado norteamericano. Esto predeterminó en gran medida los escasos progresos logrados en la marcha de las negociaciones. Sobre dicha cuestión EEUU mantienen una postura similar en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC). La actitud intransigente de EEUU y de la UE, que se oponen en estos problemas al así llamado «Grupo de los 20» (26), encabezado por Brasil, motivó del fracaso de la Conferencia de la OMC en Cancún en diciembre de 2003. Es sólo en fechas más recientes, en vísperas de la Conferencia ordinaria de la OMC en Hong-Kong, cuando se perfiló cierta tendencia a la búsqueda de compromisos parciales. El representante de EEUU, Robert Zoelick, se pronunció a favor de que se eliminen por completo los subsidios a la exportación y reconoció la necesidad de una sensible reducción de los subsidios internos a los productores agrarios. En los círculos de la OMC consideran que en la primera fase podría tratarse de una reducción equivalente al 20% de los subsidios internos (27).
No obstante vale señalar que EEUU vinculan esas medidas con las concesiones recíprocas por parte de los países latinoamericanos y otros Estados en vías de desarrollo en forma de reducción de las tarifas arancelarias para artículos industriales, la liberalización del comercio de servicios, etc. Además, las medidas sugeridas no se realizarán de golpe: la anulación de los subsidios a la exportación podrá escalonarse hasta el año 2015. Es decir que todavía quedan por delante tiempos de intensa lucha, durante los cuales se mantendrá todo el complejo de las contradicciones a que nos hemos referido más arriba.
Un serio obstáculo en las vías de materialización de los planes estratégicos de EEUU en América Latina tiene que ver con la reñida batalla que se están librando grandes corporaciones monopolistas en la región. En los años noventa, las CTN estadounidenses tropezaron en muchos países latinoamericanos con la creciente competencia de empresas eurooccidentales. El más activo era el capital español. A las compañías españolas en el período de 1996 a 2003 les correspondió el 45% del total de inversiones extranjeras en Argentina; casi el 25% en Chile, el 16,4% en Brasil, el 17,5% en Colombia, y más del 25% en la República Dominicana. En la esfera financiero-bancaria dos bancos españoles —Banco Santander Central Hispano (SCH) y Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA)— ocuparon posiciones de liderazgo en el grupo de los 25 mayores bancos transnacionales, aventajando en el monto de haberes a sus principales competidores norteamericanos. Es significativo que el BBVA, al conseguir el control sobre los bancos mexicanos Bancomer y Banco Hipotecario Nacional, se convirtiera en el mayor grupo financiero de México, dejando en segundo lugar al Banamex Citibank» (28).
Los países latinoamericanos están aprovechando esa competencia para debilitar la dependencia del capital norteamericano y asegurarse una mayor libertad de maniobra. En particular, esta es una táctica típica del socio más próximo de EEUU, México. Tras su adhesión al NAFTA, México firmó un convenio de libre comercio con la UE, y en 2004, con Japón. Esos pasos no suponen una transformación esencial en el carácter de los procesos clave que se desarrollan en el país (reforzamiento de las posiciones del capital norteamericano en la economía mexicana y la cada vez mayor inserción de esta en el sistema de relaciones multifacéticas con EEUU.) No obstante, en determinados campos dicha táctica garantiza cierta diversificación de las relaciones económicas externas. Por ejemplo, en relación con la firma del convenio de libre comercio con Japón se espera una afluencia adicional de inversiones japonesas en la industria automotriz equivalente a US$1.300 millones anuales hasta el 2015. En calidad de inversores intervendrán las compañías japonesas líderes Toyota, Nissan y Honda, que están estudiando las posibilidades para organizar y extender la exportación de vehículos desde México a países del Hemisferio Occidental, Europa y Japón (29). Semejante táctica es utilizada activamente por Brasil, Argentina y varios otros países.
No cabe duda que otro factor importante que cada vez más debe tener en cuenta Washington es el crecimiento paulatino del capital latinoamericano, con la aparición de grandes compañías nacionales que despliegan una estrategia activa de expansión y fortalecimiento. Al respecto es sintomático el reciente aumento del peso específico de las compañías nacionales privadas en las ventas de las 500 firmas principales de la región. En 2003 su cuota creció hasta el 43%, con notable ventaja sobre el grupo de empresas extranjeras, cuyo peso específico redujo hasta el 33% (el 43% - en 1999) (30). Similar es la dinámica en el grupo de los 200 mayores exportadores. Por su volumen de exportaciones, las empresas privadas nacionales se equipararon en 2003 con el sector de compañías foráneas (una cuota de 35% por cada grupo)(31). Otro dato interesante es la aparición de un grupo bastante numeroso de compañías “translatinoamericanas”, que operan en muchos países de la región y fuera de sus límites. De la escala de sus actividades se puede juzgar por el hecho de que en 2003 el volumen de ventas de las 25 “translatinas” más grandes fue US$130.000 millones (32). El lugar principal entre estas lo ocupan las empresas brasileñas y mexicanas (Petrobras, Telemex, Cemex, Odebrecht, Embraer, grupo Alpha y otras). Varias empresas adquirieron los rasgos de las CTN. Uno de los ejemplos más brillantes de este género es la compañía mexicana Cemex, la mayor productora de cemento de América Latina, que ocupa el tercer lugar mundial en esta, aventajada solamente por las empresas francesa Lafarge y suiza Holsim. Durante los últimos cinco años Cemex invirtió en el extranjero más de US$11.000 millones, formando una red de empresas en varios países de la región, así como en EEUU, Gran Bretaña, España, Indonesia, Egipto, Filipinas. Para el futuro inmediato está prevista la apertura de filiales de Cemex en China, India y Rusia. Se calcula que el volumen de ventas de la compañía aumentará próximamente hasta US$15.000 millones (en 2003, US$7.200 millones), convirtiéndola en la mayor empresa privada de América Latina (33).
Por fin, adquiere cada vez mayor importancia la creciente presencia de la RP de China en el Hemisferio Occidental, que se manifiesta en el incremento de las compras chinas de insumos y materias primas en América del Sur, la presentación de grandes programas de inversiones, el ajuste de diferentes tipos de cooperación bilateral con varios países. Pero en lo que se refiere al impacto en la estrategia económica de EEUU en la región, quizá lo más importante sea el alza en flecha de las ventas de productos chinos en el mercado norteamericano. Bajo la presión de la competencia china México, los países centroamericanos y caribeños se vieron obligados a retroceder en muchos mercados de bienes. La cuota de México en las importaciones norteamericanas de confecciones actualmente es del 10% mientras que la de China ronda ya el 16%. Según algunas estimaciones, el peso específico de China en estas importaciones podría crecer hasta el 50% y el de México reducirse hasta el 3%. De semejante modo la competencia china se refleja aún ahora en los mercados de textil, artículos deportivos, electrodomésticos, equipos electrónicos, y en la perspectiva, teniendo en cuenta, el rápido crecimiento de la industria automotriz china, el factor chino podrá ejercer fuerte influencia en el mercado de automóviles de EEUU (el coste de fabricación de las piezas de repuesto en China resulta entre el 15 y el 30% inferior que en México). Llaman la atención los casos cada vez más frecuentes de cierre de maquiladoras norteamericanas en México y su traslado a países asiáticos. Todo esto significa un serio debilitamiento de las bases del sistema de relaciones económicas configuradas por EEUU con los países centroamericanos y caribeños y entra en contradicción con las vías clave de su estrategia económica en la región.
Tales son algunos de los factores más importantes que determinan el complicado contexto en que han de inscribirse los planes estratégicos de EEUU en América Latina. Sería incorrecto considerarlos como obstáculos insuperables. Pero para avanzar hacia las metas planteadas requerirá de EEUU no solamente intensificar esfuerzos, aumentar en el futuro el papel de la región en la escala de sus prioridades políticas y económicas exteriores, sino revisar fundamentalmente los enfoques hacia los socios latinoamericanos, elevar su disposición a buscar compromisos y tener en cuenta realmente los intereses de las partes con que vaya a negociar. El sistema estable y eficaz de las relaciones económicas en el Hemisferio Occidental podrá ser construido solamente sobre el fundamento sólido de los principios de equidad y justeza, provecho mutuo, intención sincera de prestar a los países latinoamericanos un apoyo eficaz para acelerar su progreso socioeconómico.
Notas:
1. CEPAL. La inversión extranjera en América Latina y el Caribe. Santiago de Chile, 2004, p. 14, 75; Ibid., 2003, p. 29, 30 (estimación del autor).
2. La inversión extranjera. México, 2004, p. 56, 78.
3. Comercio Exterior. México, 2003, N 8, p. 775.
4. La inversión extranjera, 2003, p. 44.
5. Ibid., 2004, p. 48.
6. Para más detalles véase: Ë.Ë. Êëî÷êîâñêèé. Íàöèîíàëüíûå ñòðàòåãèè ðàçâèòèÿ è ýêîíîìè÷åñêîå áóäóùåå Ëàòèíñêîé Àìåðèêè.- Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà, 2005, No. 1.
7. IDEA. Interamerican Development Bank Research Department, Jan.-Apr. 2005, p. 15.
8. Comercio Exterior, 2003, N 8, p. 773.
9. Ibid., 2004, N 9, p. 832.
10. CEPAL. Desarrollo productivo en economías abiertas. Santiago de Chile 2004, p. 386.
11. La inversión extranjera, 2003, p. 24.
12. Comercio Exterior, 2004, N 6, p. 517; Ibid., 2004, N 4, p. 288
13. Ibid., 2004, N 4, p. 288
14. La inversión extranjera, 2004, p. 76.
15. Ibid., 2003, p. 87, 92.
16. Ibid., p. 87, 95.
17. Ibid., p. 85
18. Comercio Exterior, 2004, N 4, p. 293.
19. La inversión extranjera, 2003, p. 101.
20. Ibid., 2004, p. 120
21. Ibid., p. 121.
22. Ibid., p. 125
23. Comercio Exterior, 2004, N 11, p. 1125.
24. Revista de la CEPAL. Santiago de Chile, 2003, N 11, p. 144.
25. Comercio Exterior, 2004, N 4, p. 289.
26. Brasil, Argentina, Bolivia, Colombia, Paraguay, México, Guatemala, Costa Rica, Cuba, Venezuela, Ecuador, Perú, India, Chile, China, Filipinas, Tailandia, Pakistán, RSA, Egipto, Nigeria.
27. Comercio Exterior, 2004, N 11, p. 1128, 1129.
28. La inversión extranjera, 2004, p. 61, 75-76, 80.
29. Expansión. México, 29.IX-13.X.2004.
30. La inversión extranjera, 2004, p. 48.
31. Ibid., p. 55.
32. Ibid., p. 52.
33. Ibid., p. 53.