Igor Sheremétiev, Doctor titular (Economía), ILA
“TENDRÁ SENTIDO TEMERLE AL CAPITALISMO ESTATAL.
EXPERIENCIA MEXICANA PROYECTADA A RUSIA”
(Acerca de una publicación en la prensa rusa)
Ya de entrada surge la pregunta de qué fue lo que a estas alturas nos indujo a volver a un tema hoy poco popular (y, probablemente, “odioso” para algunos), al tema del capitalismo estatal. Pues bien, la razón ha sido un breve artículo publicado en el diario Novaya Gazeta con el “El dinero anda, como si estuviera despistado” y que por pura casualidad centró nuestra atención. ¡Vaya a adivinar a qué se refiere el autor! ¿Será ål dinero que alguien perdió u otra cosa muy distinta? Resulta que en realidad no se trata de dinero, sino de una tendencia que está cobrando cuerpo en la política de la actual dirigencia rusa y preocupa mucho al autor (el cual, por cierto, es redactor de la sección de economía en el mencionado periódico). Se trata del “proceso de estatización de la economía” y del “modelo de capitalismo estatal, que se está creando”. Con este motivo el autor traza una neta línea divisoria entre la “época de Yeltsin” y la “época de Putin”. Vean lo que él escribe:
«La actitud del Estado hacia la propiedad es, por lo visto, el criterio más exacto que separa la época de Putin de la época de Yeltsin. En los años noventa la privatización fue la médula de la política del Estado en el campo de la economía. La última transacción importante en la esfera de la privatización tuvo lugar a finales de 1999, cuando Putin era ya primer ministro, pero todavía no había ascendido a presidente. En el siglo nuevo el Estado no se ha desprendido de ningún activo importante.
El frágil equilibrio entre privatización y desprivatización se mantuvo hasta el verano del año 2003, cuando comenzó el ataque contra la compañía YUKOS. Este fue el único de los activos por el cual Estado tuvo que combatir. Las compañías Sibneft y AvtoVaz ya pasaron a ser propiedad del Estado sin que ello levantara mucho ruido. Parece que tampoco aquellos que esperan su turno, ofrecerán mucha resistencia: resistir es peligroso. En otras palabras, la respuesta más breve a la pregunta de “cómo” se efectúa la desprivatización es: desde posiciones de fuerza y a puerta cerrada».
Unas líneas más abajo el autor apunta: «Sabemos que en los últimos dos años éste (el sector estatal de la economía – Nota de I. S.) ha crecido bruscamente en volumen y todavía seguirá creciendo. Y en la compra de activos, que en un principio parecía caótica, comienza a notarse cierta tendencia. En otras palabras, se trata de la creación de puntos de colisión en los sectores clave de la economía, basándose en el principio de “un sector – un holding» (1). Y lo que más teme el autor es que tal tendencia desemboque en la creación de un comité de planificación, ya que, según él, «el modelo de capitalismo estatal que se está creando, necesita (subrayado por el autor) disponer de un comité de planificación, sin el cual el sector público… no puede ser administrado debidamente. La pregunta es la siguiente: ¿necesita el país semejante sector estatal?» (2). La respuesta del autor se sobreentiende: no lo necesita. Pero ¿acaso debe todo el mundo atenerse a la misma opinión? ¿Acaso sentimos todos “miedo patológico” ante el fenómeno del capitalismo de Estado? ¿Puede ser que incluso resulte útil para la Rusia contemporánea? Todo depende de cómo entendamos este concepto, de cómo concibamos su sentido y su misión. Veamos lo que podríamos utilizar en este sentido de la rica experiencia latinoamericana.
México – un “ejemplo clásico” de capitalismo estatal en Latinoamérica
Una peculiaridad histórica muy importante del desarrollo del capitalismo en México (y en otros numerosos países de la ex-periferia colonial) consiste en que este país no pasó por una época de acumulación inicial del capital. El capitalismo económico privado nació y se fue desarrollando poco a poco, de manera evolutiva, enfrentando, además, circunstancias externas extremamente apremiantes: en el contexto del dominio de los monopolios de los países industrialmente desarrollados del Centro. ¿Cómo, en semejantes condiciones, se podía salir del atraso económico y social siendo muy limitadas las posibilidades financieras, técnicas y otras del capitalismo económico privado nacional? Había sólo dos caminos posibles: dejarlo todo en manos de los monopolios extranjeros, corriendo en tal caso los riesgos de ocupación económica y pérdida de la soberanía nacional, o bien incorporar al Estado al proceso de desarrollo del endeble capitalismo nacional de economía privada, es decir: poner rumbo a la creación de una economía mixta, estatal-privada. Ese precisamente fue el camino que eligió México. Más tarde su ejemplo fue seguido por otros muchos países latinoamericanos, inspirados por la idea del “desarrollo catch-up”.
Tiempos atrás tuvimos ocasión de efectuar un estudio detallado de la experiencia mexicana de desarrollo económico, en la que pusimos el acento en el fenómeno del capitalismo estatal. De esa investigación nació el libro “El capitalismo de Estado en México”, una de nuestras primeras publicaciones sobre dicho tema, que vio la luz a comienzos de los años 60 y que tuvo reconocimiento en este país (3).
Mientras trabajábamos en ese libro nos hacíamos la interesante pregunta: ¿fue el capitalismo estatal en México un fenómeno “ideologizado” (el producto de cierta ideología dominante en aquel entonces), o se formó de manera espontánea en el devenir de la práctica cotidiana de construcción económica, o sea, por razones netamente pragmáticas? Nuestra conclusión fue la siguiente. La ideología del nacional-reformismo (camino mexicano del desarrollo), que era dominante en aquel entonces (años 20 y 30 del siglo pasado), ejerció, desde luego, influencia en la formación del sistema socio-económico en México (soberanía del Estado sobre los recursos naturales del país, papel clave del mismo en las ramas estratégicas de la economía, protección y apoyo a la empresa nacional privada, etc.). No obstante, en las políticas del gobierno mexicano siempre se percibía también una buena dosis de pragmatismo: en las ramas donde el capitalismo privado era evidentemente incapaz de solucionar los problemas económicos y sociales, que iban apareciendo, el Estado nacional asumía las funciones de “promotor” (o motor) del desarrollo. He aquí varios ejemplos de tal pragmatismo.
Con el fin de movilizar los recursos financieros en orden a atender las necesidades de la agricultura y desarrollar la infraestructura (nuevas carreteras, sistemas de riego y de abastecimiento de agua, mejora de las condiciones de vida en los poblados de agricultores y de obreros en zonas lejanas, etc.) en México comienza a crearse a partir de los años 20-30 del siglo pasado una ramificada red de los llamados “bancos nacionales de desarrollo” con participación directa del Estado y bajo el control de éste. Con el tiempo una de estas instituciones, el poderoso holding estatal Nacional Financiera (NAFINSA), se granjeó amplia notoriedad, logrando reconocimiento en los círculos financieros internacionales y convirtiéndose en mediadora y garante de créditos externos para el desarrollo del país. Sería difícil sobreestimar su papel en la creación de nuevas ramas de la industria y la diversificación de la producción nacional. Por algo semejantes bancos-corporaciones de desarrollo aparecieron más tarde en muchos otros países latinoamericanos (Venezuela, Argentina, Chile, Colombia, Brasil, etc.) y siguen operando en nuestros días, encontrando nichos libres en el campo de las operaciones de crédito, complementando a los bancos comerciales privados y, a veces, colaborando con éstos en el cumplimiento de importantes tareas del desarrollo.
Por lo que se refiere al capital extranjero, tampoco éste se quedó “sin trabajo”: tenía un campo de actividad bastante amplio dentro de la economía mexicana, siempre y cuando éstas estuvieran fuera de las ramas económicas “estratégicas” (tales, por ejemplo, como la industria del petróleo). Es más, en los sectores prioritarios (desde el punto de vista de los intereses nacionales) de la industria transformadora gozaba del régimen de mayor favorecimiento, especialmente en los casos, cuando se asociaba con el capital nacional en las empresas mixtas. Vemos, pues, que el sistema de capitalismo estatal en México era un mecanismo multifacético y flexible.
Entonces, ¿tiene sentido temerlo tanto, odiarlo “patológicamente”, identificarlo como las formas de estatización total, que excluye por completo la libertad de la empresa privada? ¿No sería mejor ponerse a pensar en la utilidad que podría tener para Rusia la experiencia de desarrollo mexicana? ¿No habrá llegado el momento de corregir algo en la estrategia del desarrollo del país en bien de los intereses nacionales?
La experiencia mexicana, proyectada a Rusia
Creo que huelga demostrar que la economía de mercado, creada en Rusia con suma prisa hace quince años, todavía dista mucho de ser perfecta, padece todavía de muchas serias imperfecciones, relacionadas genéticamente con un factor, que no intervino en el caso de México: con el período de acumulación inicial del capital según el guión de conocidos dirigentes nuestros de un pasado no muy lejano.
Conviene decir unas cuantas palabras acerca de la “época de Yeltsin”, a la cual el autor del artículo que venimos comentando opone a la “época de Putin”. Es posible que en el futuro la primera ocupe espacio con grandes letras en la historia. Si no en la historia mundial, al menos en la de Rusia. Lo que no sabemos por ahora es si será con signo positivo o negativo. Vale recordar lo que le costó al país y a la sociedad la privatización, esa “médula de la política económica del Estado en los años noventa”, o sea, en la “época de Yeltsin”. En un lapso extremadamente corto se formó la pirámide social, en la cima de la cual anidaron los nuevos oligarcas rusos, que se apoderaron de las esferas de producción más rentables y se enriquecieron fabulosamente, mientras que en la base quedaron millones de trabajadores sencillos, que en un abrir y cerrar de ojos se hicieron pobres, perdieron sus puestos de trabajo y fueron engañados primero por los fondos de inversión de cheques de privatización, y luego por estafadores mañosos, constructores de “pirámides financieras” (como el tristemente célebre Mavrodi, que al fin y al cabo fue a parar entre rejas).
¿Y qué pasó con la economía rusa, que en tiempos constituía un complejo integral? Se desmoronó de modo igualmente vertiginoso. Gran número de empresas de la industria manufacturera (que pasaron a manos de nuevos propietarios: particulares o, supuestamente, de “colectividades laborales”), “se comieron” los medios de circulación y, como no tenían apoyo financiero ni otro apoyo externo, perdieron a las empresas “cooperadoras” y se vieron abocados a la bancarrota o definitivamente arruinados. No menos deplorables fueron los resultados de la privatización en el campo: decayó la producción agraria y el país comenzó a depender de la importación de alimentos (las famosas patas de pollo o, como los llamaban, “muslos de Bush”).
Todo esto es bien conocido, millones de habitantes de Rusia lo saben por experiencia propia. Algunos pueden objetar valiéndose del conocido refrán ruso de que “Al talarse el bosque vuelan las astillas”. Argumentarán que la “época de Yeltsin” fue muy complicada, fue una época de transición del totalitarismo a la democracia, de un sistema socioeconómico a otro, completamente contrario. En tal situación no era posible evadir altos costos sociales, la caída de la producción, el endeudamiento y el sustancial apoyo alimentario de los socios occidentales. Se logró lo más importante: la privatización se llevó a cabo y el Estado (un “mal dueño”) fue desplazado de muchas esferas de altas ganancias de la nueva economía de mercado. Aparecieron los oligarcas – directivos del gran negocio, y masas populares bastante empobrecidas. Todo ello es un resultado natural de las profundas transformaciones de mercado, de paso a las vías del libre desarrollo capitalista.
No, señores, no se puede pintar la “época de Yeltsin” sólo de color de rosa y echar sombra a la “época de Putin” por la única razón de que después de 1999 “el Estado no se desprendió de ninguno de sus activos importantes”.
Al autor del artículo sobre el “dinero perdido” lo irrita también el ataque contra la compañía “YUKOS”, que desembocó en el ingreso en prisión de uno de nuestros oligarcas-ladrones más conocidos. El autor lo considera como cierta tendencia inquietante, como la rotura del “frágil equilibrio” entre los sectores estatal y privado de la economía rusa a favor del primero y a expensas del segundo. Primero fue “YUKOS”, le siguieron la “Sibneft” y la “AvtoVAZ”, se proyecta la creación de potentes holdings, controlados por el Estado: “a razón de uno en cada sector de la economía”. Más adelante ya se está divisando la siniestra sombra del comité de planificación, ese símbolo de la época del socialismo real. ¿Acaso no es hora ya para que todos los liberales ortodoxos de la “época de Yeltsin” se pongan a tocar a rebato?
Parece que las inquietudes del señor A. Polujin (es el nombre del redactor de la sección de Economía de Nóvaya Gazeta) son infundadas: el modelo del capitalismo estatal no conduce al socialismo. La rica experiencia de México, al igual que la de otros países latinoamericanos, demuestra más bien lo contrario. Precisamente con tal modelo tanto en México, como en Brasil, en Argentina, en Chile (esta lista podría ser continuada) maduraron y se pusieron de pie muchos grupos financieros-industriales, que representan el gran capital privado nacional. He aquí lo que dicen al respecto los especialistas-investigadores: “Sobre el fondo general (latinoamericano) llama atención la elevación del papel de las mayores compañías privadas en México, donde el papel de éstas crecía rápidamente en el decenio pasado. En el grupo de élite, integrado por las 20 mayores compañías de la región, estaban representadas 13 compañías mexicanas, 5 brasileñas y a razón de una corporación por Argentina y Chile. El volumen de ventas total de este grupo alcanzó en 1999 los 72 mil millones de dólares, el número de ocupados allí (según datos incompletos) superaba las 510.000 personas y las exportaciones oscilaban entre 12.000 y 13.000 millones de dólares… La parte aplastante de los grupos que lideran actualmente se crearon en los años de la industrialización de reemplazo de las importaciones” (4), o sea, en los años de “auge” del capitalismo estatal en América Latina (mediados del siglo pasado).
¿Valdrá, entonces, la pena temerle al modelo del capitalismo estatal? El miedo supersticioso a éste entre algunos de nuestros liberales ortodoxos se debe, por lo visto, a que ellos se imaginan el capitalismo de Estado como un “antípoda” del capitalismo “puro”, como cierto obstáculo para su desarrollo. Espero que con el ejemplo de México hayamos logrado demostrar que el caso es muy diferente, que el capitalismo estatal es capaz de acelerar el desarrollo de la empresa privada nacional en un amplio espectro de ramas de producción (incluida la agricultura), donde se deja sentir la falta de inversiones privadas, de medios crediticios accesibles para el productor, de materias primas, de recursos energéticos, etc. Como ya hemos dicho anteriormente, para solucionar tal tipo de problemas de desarrollo tanto México, como otros países latinoamericanos, aprendieron ya hace tiempo a aprovechar diferentes fondos de destino especial de los bancos-corporaciones de desarrollo, que son ya un importante componente del modelo del capitalismo estatal latinoamericano.
Y, por último, lo que quería decir antes de “bajar el telón”. En un principio, nada tenemos en contra de los oligarcas, que son actores importantes e importantísimos en el escenario económico. Pero sí estamos en contra de aquellos que procuran evadir el pago de impuestos, que obtienen ingentes ganancias de la renta de recursos naturales, pero prefieren ocultarlas en las zonas off-shore en vez de invertirlas en el desarrollo de la economía rusa, en vez de crear nuevos empleos, de perfeccionar la producción y de elevar el nivel de vida de la población. Quisiera hacerles recordar a nuestros oligarcas unas palabras de Henry Ford, eminente “hombre de negocios del siglo XX”. El subrayaba que el capital que se dedica exclusivamente a “ganar dinero” es poco productivo. El capital debe conducir al constante mejoramiento de las condiciones de trabajo y de vida de las personas. De lo contrario “es más inútil que la arena”. Y otra cita más: “La codicia es una especie de miopía”, un negocio serio y prestigioso no es posible cuando se basa en la avidez (5).
Lamentablemente, muchos de nuestros oligarcas distan mucho de Henry Ford, ese sabio “hombre de negocios del siglo XX”. Por eso pierden a menudo sus activos, se ven sometidos a “ataques” del Estado y, a veces, van a parar entre rejas.
NOTAS:
1. “Novaya Gazeta”, N 10, 13.02–15.02.2006, p. 9.
2. Ibid.
3. È.Ê. Øåðåìåòüåâ. Ãîñóäàðñòâåííûé êàïèòàëèçì â Ìåêñèêå. Ì., 1963. I. Sheremétiev. El capitalismo de Estado en México. México, 1969.
4. À.Â. Áîáðîâíèêîâ, Â.À. Òåïåðìàí, È.Ê. Øåðåìåòüåâ. Ëàòèíîàìåðèêàíñêèé îïûò ìîäåðíèçàöèè: èòîãè ýêîíîìè÷åñêèõ ðåôîðì ïåðâîãî ïîêîëåíèÿ. Ì., 2002, ñ 165-199.
5. Citado del texto de L. Kulikov. Fundamentos de la teoría económica. M., 2002, p. 91-92. (Ë.Ì. Êóëèêîâ. Îñíîâû ýêîíîìè÷åñêîé òåîðèè. Ì., 2002, ñ. 91-92.)