ÃËÀÂÍÀß Î ÍÀÑ ÄÅßÒÅËÜÍÎÑÒÜ ÑÒÐÓÊÒÓÐÀ ÏÓÁËÈÊÀÖÈÈ ÊÎÍÒÀÊÒÛ ÊÀÐÒÀ ÑÀÉÒÀ ESPAÑOL
Ðåéòèíã@Mail.ru


CONTEXTO IBÉRICO

 

Tatiana Koval
Ph.D. (Historia), ILA

 

 

ESPAÑA CONTEMPORÁNEA:
SU DEMOGRAFÍA Y CONCIENCIA MASIVA

 

     A la modernización demográfica, que abarcó a muchos países del mundo, incluyendo a España, se deben no sólo importantes adelantos, como la liquidación casi completa de la mortalidad infantil y el considerable crecimiento de la esperanza de vida en los estados más desarrollados, la democratización de las relaciones intrafamiliares, y otros muchos avances, sino también el surgimiento de toda una serie de problemas nuevos, que son el “reverso” de esos logros. Ahí están la amenaza de sobrepoblación del planeta, el descenso de las tasas de natalidad y el envejecimiento de la población. Tampoco podemos dejar de mencionar la situación de los inmigrantes, cuya afluencia masiva cambia el tradicional aspecto étnico-cultural y socio-demográfico de muchos estados desarrollados.
     En tal contexto adquiere especial actualidad la cuestión de la correlación entre lo general y lo particular, o sea, entre las tendencias globales de la modernización demográfica, por un lado, y los rasgos específicos que este proceso adquiere en cada país concreto, por otro. Es evidente que lo específico tiene mucho que ver con la conciencia y la subconciencia de masas, con las tradiciones culturales, la religión, el carácter nacional y todo aquello que podríamos definir como factor “subjetivo” de los procesos demográficos. Un factor, por lo demás, al que no cabe considerar como secundario, ya que precisamente de él dependen en gran medida la conducta reproductiva, las relaciones dentro de la familia, los modelos de conducta sexual y las actitudes hacia los ancianos y los niños, hacia los individuos de otros pueblos y culturas, al igual que la trayectoria general de los procesos demográficos y su contenido significante.
     Veamos a través del prisma de tal factor “subjetivo” los aspectos más significativos de la modernización demográfica de la España actual, relacionados con la natalidad y el envejecimiento, que son el alfa y omega de la existencia terrenal del ser humano.

 

 

La magia de las cifras y la “felicidad española”

 

En los inicios del nuevo siglo XXI se registró un importante hecho en la historia demográfica de España: la población del país superó los 40 millones de habitantes. Ahora ronda ya los 45 millones. O sea que en los últimos cien años España logró duplicar con creces su cifra de población. Señalemos que en los siglos anteriores el crecimiento de la población había sido mucho más lento, ya que los fuertes índices de natalidad iban de la mano con altas tasas de mortalidad (especialmente de mortalidad infantil). La constante sucesión de epidemias y guerras se llevaban miles de vidas humanas.

 

Cuadro 1
Dinámica del crecimiento de la población de España
(en millones de personas)

 

Antes del comienzo del siglo XX     
1541    1594    1717    1797    1887    1990
7,4          8,2       7,5      10,5       17,5     18,6

 

 En el transcurso del siglo XX
 1910 1920 1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990 2000 2005
 19,9   21,3   23,6   25,9  27,9   30,4   33,7   37,7  38,6   40,5  44,9

Fuentes: España 1990. Ministerio del Portavoz del Gobierno. Madrid, 1990, p. 35; España en cifras. Madrid, 2001, p. 6; para el año 2005 – datos del INE: http://www.ine.es/

 

 

     A diferencia de muchos países donde los índices demográficos son interpretados de manera puramente racional, en España el número de “40 millones” reviste cierto matiz emotivo y significado simbólico. Y es que en el transcurso de toda la época franquista (1936–1975) se cultivó la idea de que España recobraría su gloria y grandeza cuando su población alcanzara esta anhelada cifra. En parte, los ideólogos del régimen partían de la idea de que el gran número de población era una garantía de poderío y de la capacidad de dominar a otros pueblos. Así, según R. Ledesma Ramos, un “clásico” del falangismo, “cuarenta millones de españoles habitando nuestra península constituyen una garantía excelente de gran futuro económico y político, es decir, mundial” (1).

    Además, esa cifra “sagrada” se desprendía de los cálculos realizados por demógrafos españoles de aquel entonces. J. B. Salinas, por ejemplo, suponía que si España alcanzara la misma densidad de población que Portugal, lograría la prosperidad, y que para ello debía contar con 40 millones de habitantes (2). Estas previsiones se basaban en diversos postulados de la ciencia europea, donde en aquellos tiempos dominaba la teoría que vinculaba la prosperidad socioeconómica y el poderío político a la densidad de la población y sus índices de actividad (3).
     Dicha teoría no carecía por completo de sentido común, ya que presuponía que la densidad de la población estaba relacionada estrechamente con la industrialización de la sociedad. Es significativo el hecho de que no sólo a Franco, sino también a otros muchos líderes políticos de aquella época, les pareciera evidente que el logro de un determinado índice cuantitativo —ya fuera el número de habitantes del país, el de toneladas de carbón extraído, la longitud de las vías férreas o el PIB— garantizaría el paso a una nueva calidad de vida, a la felicidad y el bienestar de la nación. El propio hecho de que todavía no se habían alcanzado tales índices cuantitativos venía a ser una justificación de la falta de felicidad y de bienestar general en el momento dado.
     Para corregir la situación se aplicaba determinada política en el campo de la familia, cuya misión era aumentar las tasas de natalidad. En este sentido, el Estado y la Iglesia exhortaban a una voz a las mujeres españolas a dar muestras de “conciencia”, “voluntad de colaborar” con el Estado, devoción y piedad. Las medidas prohibitivas se combinaban con las de carácter incentivo. Durante toda la época franquista se consideró delito la publicidad y la venta de anticonceptivos. No se admitía a la mujer en trabajos asalariados cuando el nivel de ingresos del marido superaba el mínimo establecido. Por otra parte, a instancias de la Iglesia católica el Estado introdujo a partir del año 1938 el subsidio familiar para las familias pobres de prole numerosa. En la Orden del 27 de noviembre de 1938 se consignaba "la tendencia del nuevo Estado a que la mujer dedique su atención al hogar y se separe del trabajo”.
     Rafael Gil Serrano, uno de los más destacados ideólogos del franquismo, a quien la propaganda oficial llamaba “Educador y Campeador de España”, escribió con frecuencia en sus trabajos que la misión de la mujer española era ser madre, cumpliendo el legado de la Virgen María. En su obra “Nueva visión de la Hispanidad” razonaba sobre las “virtudes hogareñas de la mujer española”, apelando a la Sagrada Escritura. Semejante argumentación “teológica” del papel de la mujer —en primer lugar como madre y custodia del hogar— aparece en los escritos de muchos otros ideólogos franquistas. Se suponía que la subordinación de la mujer al hombre en la familia cristiana era un hecho de orden natural.
     Tales orientaciones se mantuvieron hasta el fin de la época franquista. No obstante, semejante política acorde con la tradición patriarcal, entraba cada vez más en contradicción con la vida real.
    

     Tras la renuncia a la política de autarquía y la aprobación en 1959 del Plan de Estabilización, seguido del Primer Plan de Desarrollo (1964), se inician transformaciones graduales tanto en el plano social como en el económico. Con el paso a la política de economía abierta, se imprime un nuevo impulso a la industrialización favoreciendo los polos de desarrollo. A mediados de los años 60 comienza a ritmo acelerado la urbanización. Los flujos de migración interna desde las regiones agrarias a las de industria desarrollada van creciendo hasta convertirse en éxodo del campo. Pronto se une a estos factores el auge del turismo. Todo ello derrubia las tradicionales bases patriarcales y se traduce en la formación de una nueva fisonomía de la sociedad urbanizada, con nuevos puntos de referencia y valores propios.
     Además, desde mediados de los años 60 se producen importantes cambios dentro de la Iglesia católica. A raíz del Concilio Vaticano II (1963–1965), que señala una etapa esencialmente nueva en la historia espiritual del mundo occidental, en la Iglesia española se inicia la evolución desde las posiciones conservadoras hacia las liberales. En particular, ya no se habla de la subordinación de la mujer al marido, sino de la igualdad de los sexos. Al rechazar las orientaciones de antes con las que pretendía sujetar a la mujer en el marco del hogar, la Iglesia reconoce como conforme al deseo divino su afirmación profesional.

     Y aunque el empleo de contraceptivos sigue siendo calificado de grave pecado, tales temas como las relaciones matrimoniales y el amor entre el hombre y la mujer emergen de la sombra. Todo ello repercutió en la conciencia social de los españoles, la aplastante mayoría de los cuales se consideraban y siguen considerándose católicos.

     Así pues, hacia mediados de la década de los 70 en la sociedad española se habían operado profundos cambios que preparaban el terreno para la modernización “mental” y, en estrecha vinculación con ésta, la modernización demográfica. Vale subrayar que muchos de los procesos socio-demográficos cuyo intenso desarrollo recayó en los últimos decenios del siglo XX, fueron preparándose y madurando de modo latente todavía en la época franquista. Y después del año 1975, ya en las condiciones de la democracia, esos procesos salieron a la superficie.
     La política demográfica ya se basaba sobre los principios de respeto de los derechos humanos, la libre elección, igualdad de los sexos y la democratización de las relaciones intrafamiliares.

     El respeto a la persona y a su vida en combinación con un sistema debidamente elaborado de seguridad social, con los éxitos de la salud pública, la profilaxis masiva y la propaganda de un modo de vida sano surtieron efectos impresionantes. De ahí que el retraso relativo de la modernización demográfica en España se viera compensado por la intensificación de su ritmo en los últimos decenios del siglo XX. Para comienzos del siglo XXI el país había pasado a ser líder mundial en toda una serie de indicadores; en particular, se había anulado casi por completo la mortalidad infantil y había aumentado en flecha la esperanza de vida.
     Como se aprecia en la siguiente tabla, en el transcurso de 100 años la esperanza de vida se duplicó con creces. J. Pérez Díaz, conocido demógrafo español, señala que a comienzos del siglo XX la media de la expectativa de vida en España era de 35 años, índice que los países más desarrollados de Europa habían alcanzado a mediados del siglo XIX. Es decir, que España con respecto a éstos llevaba entonces un retraso de medio siglo. De haberse mantenido esa situación, la población española a finales del siglo XX no hubiera pasado de los 21 millones (4).
     En el año 2003 la esperanza de vida de las mujeres en España había crecido ya hasta los 83 años, y en 2005, hasta casi 84 años. Vale señalar que las tasas más altas (casi 85 años) se registran en las regiones tradicionalmente prósperas de Cantabria y La Rioja.

 

Cuadro 2
Resultados del siglo XX: evolución de la esperanza
de vida de hombres y mujeres en España

(por años)

 

1900  1910  1920  1930  1940 1950 1960 1970 1980 1990 1995 2000
Hombres
34         41       40       48       47    60       67     70      72     73      74     75
                                                             

Mujeres
36         43        42       52      53    64        72     75      79     80     81     82

Fuente: http://www.ine.es/inebase/cgi/axi

 

Cuadro 3
Esperanza de vida en España y en algunos países
de la Unión Europea

(datos para el año 2003)

Unión Europea  España  Alemania  Francia  Italia  Suecia  GranBretaña
(15
, promedio) 

Hombres
75,8                    77,2       75,5          75,8   76,9         77,9       76,2

Mujeres
81,1                    83,7       81,3          82,9   82,9         82,4       80,7

Fuente: EUROSTAT. – http://epp.eurostat.cec.eu.int/

 

     A tal aumento de la esperanza de vida contribuyeron no sólo el progreso socio-económico y la mejora general de las condiciones sociales, sino también las políticas aplicadas en el campo de la salud pública y la seguridad social, que constituyen un ejemplo positivo para muchos países, incluida Rusia.
     En este sentido resulta significativa la llamada “transición epidemiológica”, que se llevó a cabo en muchos países de Europa, incluida España, en dos etapas. En la primera fase, iniciada todavía en la época del franquismo, el Estado desempeño un papel activo, con campañas masivas de profilaxis contra las enfermedades epidemiológicas. (Similar estrategia era aplicada por la URSS, gracias a lo cual en los años 60 figuraba entre los países con las tasas de mortalidad más bajas).

     A partir de los años 70 la salud pública española (siguiendo el ejemplo de otros países desarrollados) completó esa estrategia con medidas nuevas, sobre todo de carácter profiláctico, encaminadas a reducir los riesgos de mortalidad causada por enfermedades no infecciosas (en primer término, las cardiovasculares y las canceras), de un lado, y por todo tipo de accidentes, la violencia y por otras circunstancias peligrosas para la vida, del otro. Esta nueva estrategia —que, además de considerables inversiones en salud pública y en el mejoramiento de las condiciones del trabajo, requirió del Estado la organización de una campaña de propaganda del modo de vida sano, y de la sociedad, la toma de conciencia y la adopción de una posición activa en la protección de la salud—, surtió efecto.
No podemos menos de resaltar los éxitos logrados en el combate a la mortalidad infantil: su índice en España es el más bajo del el mundo.

 

Cuadro 4
Dinámica de la reducción del nivel de la mortalidad infantil*
en España en los años 1960–2002

 

1930 1940 1950 1960 1975 1980 1985 1990 1995 2000 2002
117     109     68     34,5   18,9  12,3    8,9     7,6    5,5    3,9    3,4

*Defunciones de menores de 1 año por 1000 nacidos
Fuentes: Datos de los años 1930–1950: À. äå Ìèãåëü. 40 ìèëëèîíîâ èñïàíöåâ 40 ëåò ñïóñòÿ. Ì., 1985, ð. 45. Datos del año 60: R.P. Antolín. La población española y europea en el final del siglo XX. – Las claves demográficas del futuro de España. Madrid, 2001. Datos de los años 1975–2002:
http://www.ine.es/inebase/cgi/axi

 

     En general, se puede decir que en el transcurso de los últimos decenios el desarrollo de todo el conjunto de factores “objetivos” (socio-políticos, económicos y médicos) ha creado en España la base para el logro de notables éxitos en el desarrollo socio-demográfico.
     Dejando de lado la ideología del franquismo y las metas utópicas de su política demográfica, cabe reconocer que el país realmente llegó a la “grandeza y felicidad”, aunque no en el sentido, del cual hablaban los ideólogos del franquismo. El esfuerzo de la gente, sus cualidades profesionales y humanas, el respeto a la persona dentro de la sociedad le aseguraron al país un alto nivel del desarrollo social y económico. España comenzó a desempeñar notable papel político en el mundo. Las encuestas sociológicas demuestran que el mayor motivo de orgullo para los españoles (el 86%) es la transición pacífica del régimen autoritario al sistema democrático (5).
    

      En lo que concierne a la felicidad, según señala en uno de sus últimos trabajos el conocido sociólogo A. de Miguel, no existen criterios que permitan juzgar hasta qué punto aumentó la felicidad en los últimos decenios, lo que sí es evidente que el nivel de felicidad dentro de la sociedad no depende directamente de su bienestar económico. En todo caso, en el transcurso de los últimos 20 años la gran mayoría de los españoles, más de dos tercios, se consideraban felices (6).

      Casi el 40% de los interrogados opinan que ahora los españoles son más felices, que en la época de Franco (7).

     A título comparativo señalemos que en Rusia a finales del siglo XX se sentían felices menos de la mitad de los interrogados (el 46%) y la parte de quienes se sentían infelices era bastante grande (un 35%) (8).

     Sin entrar en el análisis de las causas, limitémonos a constatar que, según se desprende de esas cifras y operando en términos relativos, la felicidad ocupaba en España el doble de espacio que en Rusia.
     Por lo demás, ello no significa que los españoles no tengan problemas. Así, por ejemplo, a principios del siglo XXI se han hecho patentes varios puntos dolorosos en la esfera socio-demográfica, que motivan ya no sólo inquietud, sino incluso pesimismo (un estado de ánimo al que, según opinan muchos sociólogos, siempre han sido propensos los españoles y que “no desaparece ni siquiera cuando objetivamente el país se desarrolla más rápido y con mayor éxito que otros países de Europa”).

     En lo que concierne a la demografía, semejante preocupación tiene razón de ser. Tanto más por cuanto, según algunos cálculos, dentro de 50 años la población de España podría reducirse hasta 31,3 millones (9). Cierto es que la mayoría de los expertos no son tan pesimistas, pero también ellos hablan de una posible reducción de la población, que podría comenzar dentro de cinco o diez años.

     ¿En qué se basan tales previsiones? Entre toda una serie de problemas y tendencias se destacan con máximo relieve dos problemas, que son también los más dolorosos para el desarrollo socio-demográfico del país: la disminución de la natalidad y el envejecimiento demográfico.

 

 

Las relaciones familiares y la natalidad

    

     Los profundos cambios en la esfera familiar, incluida la emancipación de la mujer, el crecimiento de su nivel de instrucción y su mayor incorporación a la vida social y productiva no le han restado importancia ni valor a la familia como tal.
     En opinión de muchos investigadores españoles, la orientación a la familia como principal valor de la vida humana, obedece en las condiciones actuales a múltiples causas, en particular motivaciones de orden psicológico derivadas de la desconfianza hacia el mundo y las personas que nos rodean, especialmente en las grandes ciudades. La falta de confianza en la figura sintética del “desconocido” concierne no sólo a individuos concretos, sino a todas las instituciones públicas, cosa que origina pesimismo y una actitud crítica con respecto a todas las esferas de la vida social. Pero “cuando el mundo externo es hostil y encierra amenazas, la única salvación que viene a la mente es encerrarse en el estrecho círculo de la familia” (10).
     Vale señalar que esta misma valoración es la que aplican a Rusia los sociólogos nacionales. A pesar de los cambios sustanciales de que han sido objeto las relaciones intrafamiliares y las propias formas de vida familiar, incluida la práctica ampliamente difundida de los llamados matrimonios “informales” o “convencionales”, que no son registrados por el Estado ni por la Iglesia, sino que se producen únicamente por decisión de la pareja), la propia institución de la familia no pierde su importancia. Como señala Yu. Levada, en Rusia, en un contexto marcado por la insatisfacción con las condiciones de vida, para la mayoría de nuestros ciudadanos la familia resulta ser casi la única fuente de alegría, mientras crecen los temores y las inquietudes sociales (11).   Tanto en Rusia, como en España y en muchos otros países la gente se guía por el principio de que “mi casa es mi fortaleza”.
     Es decir que el nuevo contexto socio-psicológico, que se conformó como resultado de la urbanización, la industrialización y los demás cambios en la sociedad española de los últimos decenios, ha determina el nuevo contenido y las nuevas formas de relaciones familiares en comparación con la tradicional sociedad agraria, pero no ha devaluado los valores de la familia, como tal. Son precisamente los valores familiares lo que, hoy como antes, siguen predominando en la conciencia social de los españoles.
     Al evaluar desde las perspectivas del día de hoy la época del franquismo y, en particular, los resultados de su política en la esfera de la familia, los españoles no suelen verlo todo de color negro. Así nos lo indican los resultados de una encuesta del CIS, realizada en el 2000. La mitad de los respondedores reconoce, por ejemplo, que en el contexto de toda la historia nacional la época franquista tuvo aspectos buenos, y otros malos (12). Y algunos aspectos positivos estaban relacionados precisamente con la esfera familiar.
     En lo que concierne a los cambios que se han producido en la moral social, incluida la familiar, en los últimos decenios, poco más de la mitad de los españoles (el 57%) opina que en éstos lo positivo prevalezca sobre lo negativo. Un número considerable de personas (el 26%, o sea, más de un cuarto del total) opinan, por el contrario, que predominan los cambios negativos.
     Casi todos reconocen que en los últimos decenios la familia y las relaciones familiares han cambiado muchísimo en comparación con la época franquista.

 ¿Qué cambios positivos ven los españoles en esta esfera? ¿Y qué les parece negativo?

 

Cuadro 5
Apreciación de los cambios en la esfera de la familia,
que se produjeron en los años de democracia
(en % de los interrogados)

                                                                           Positivo            Negativo

La mayor igualdad de derechos

y deberes entre los cónyuges                                     58,4                  1          

El aumento del número de mujeres                             20,7                  2,2

que trabajan fuera de casa

La disminución del número de niños en familia                1,6                  42,3

Aumento del número de parejas

que viven juntos sin estar casados                               56,7                 21,2

Aumento del número de parejas

que deciden no tener hijos                                         20,9                 57,4

Aumento del número de hijos de

mujeres solteras o de parejas no casadas                      32,7                 35,4

El aumento del número de divorcios                             22,7                56,0

Aumento del número de personas que viven solas          25,1                47,0
 
Fuente: Centro de investigaciones sociológicas. 25 años después. Estudio N 2401, 2000. – http://www.cis.es/
Nota: en la tabla no se ofrecen datos acerca de los que respondieron “ni positivo, ni negativo”, ni de los que no supieron o no quisieron responder. (El total de las respuestas en cada rubro es igual al 100%).

 

     Como vemos, más de la mitad de los respondedores califican la igualdad de los sexos como un cambio positivo. Señalemos que en España la igualdad de los sexos es bastante relativa, al menos en la esfera de la familia. En gran medida se conservan las ideas tradicionales acerca del papel del hombre y de la mujer en la familia. Para España es característico que precisamente la mujer lleve la carga fundamental no sólo de todos los quehaceres domésticos, sino también del cuidado de todos los familiares y parientes.

     Además, la mujer considera su deber no recurrir en lo posible a la ayuda de instituciones públicas o privadas, sino educar a los niños en casa. Así, por ejemplo, en comparación con Dinamarca y Alemania, donde aproximadamente la mitad del total de niños asisten a casas cunas hasta la edad de 3 años, en España en 1998 tan sólo el 2% de niños asistían a tales círculos infantiles (13).
     Otro dato importante es que la mayoría de los españoles estiman que en la época democrática se han hecho más frecuentes los casos de violencia doméstica. En los tiempos de Franco este fenómeno no estaba tan extendido, aunque la supremacía del hombre se cultivaba y era indiscutible.
     En lo que concierne al trabajo de la mujer fuera de casa, lo aprueban tan sólo una quinta parte de los interrogados. Y ello induce a ciertas reflexiones. Por lo visto, cabe hablar de un profundo apego a las nociones tradicionales acerca del lugar de la mujer en la familia, que revelan una sorprendente persistencia.
     Los fenómenos nuevos en la vida familiar, como el de la vida en pareja sin estar casados, son conceptuados por los españoles de modo distinto: un poco más de la mitad lo considera positivo, mientras alrededor de una cuarta parte lo califican negativamente y otros 20% no pueden dar una respuesta definida(14) . En este índice España también resulta más conservadora, que sus vecinos europeos. Así, para los comienzos del siglo XXI el número de uniones informales en España no superaba el 3%, mientras que en el Norte de Europa, como, por ejemplo, en Dinamarca, esa proporción era de aproximadamente un 14%.

     En lo referente a la duración del matrimonio, en los países del Sur de Europa (España e Italia) ésta tradicionalmente es mayor que en los países del Norte, aunque en los últimos decenios también se ha reducido un tanto. Por ejemplo, en la España de los años 60 la duración promedia del matrimonio era de más de 25 años, mientras que para comienzos del siglo XXI es de tan sólo 17 años. Por doquier se observa tendencia a una menor estabilidad de los matrimonios, pero en España esta tendencia se manifiesta de manera más débil que en otros países de Europa. En Alemania, por ejemplo, la duración promedia del matrimonio no supera los 10 años.
     Lo mismo podría decirse de los divorcios. A finales del siglo XX, en los países desarrollados el promedio correspondiente era de 24 divorcios por cada 100 hombres y 27 por cada 100 mujeres (15).

    En España la frecuencia de divorcios es, al menos, tres veces más baja. Sin lugar a dudas, ello se debe a la firme tradición católica, que en principio no admite el divorcio (en el caso de los casados por la iglesia), y sólo permite en casos excepcionales la separación. En la interpretación tradicional eclesiástica el segundo matrimonio está excluido, ya que se iguala al adulterio.

     Bajo el franquismo, cuando la legislación civil en materia de la familia se guiaba por las normas del catolicismo, ni se podía hablar de divorcio.

      En la España contemporánea son posibles tanto el matrimonio civil como el casamiento por la iglesia, que desde el punto de vista jurídico se iguala al civil. No obstante, muchas parejas que contrajeron matrimonio por la iglesia, luego recurren al divorcio civil. Naturalmente, ello es censurado por la Iglesia y muchos creyentes, en especial, por representantes de la generación mayor. Pero ahora la iglesia es más tolerante con este fenómeno, y a quienes se hayan divorciado por la ley civil y luego haya vuelto a casarse ya no se le considera adúlteros e incluso se permite participar en los ritos religiosos (la comunión), aunque, según los cánones eclesiales, su primer matrimonio sigue vigente para siempre. También vale señalar la creciente secularización y el incumplimiento de las normas de conducta, que exige la iglesia. Ello se manifiesta, ante todo, en la reducción de la natalidad.

     La tendencia a la reducción de la natalidad en España se inscribe en el panorama general del desarrollo de los países europeos. En un informe de la ONU dedicado a este tema (“World Fertility Report”, 2003. Population Division, DESA, United Nations) se señala que a finales del siglo XX el número de países desarrollados con un nivel de natalidad inferior al nivel de reproducción (la norma es de 2,1 hijos por mujer) ha aumentado hasta 41, y el número de países en desarrollo, hasta 19. Resulta que ningún estado miembro de la Unión Europea alcanza una tasa que garantice la simple reproducción de la población.
     Al igual que en otros países de Europa del Sur (Italia, Grecia y Portugal), en España la tendencia a la reducción de la natalidad comenzó a manifestarse un poco más tarde que en los países del Norte. Hasta cierto momento la política franquista en la esfera demográfica todavía era capaz de frenar en cierta medida esa tendencia, pero en la democracia la natalidad comenzó a disminuir a ritmo tan acelerado que en el año 1999 España quedó relegada al último lugar del mundo en este índice, con una tasa de 1,07 niños por mujer (16).
     Del profundo impacto de este proceso se puede juzgar por las correspondientes cifras absolutas:

si en 1975 nacieron 670 mil niños, en 1999 el número de nacimiento fue de tan sólo 367 mil, o sea, casi dos veces menos. No obstante, en el año 2004 ya se registraron 453 mil nacimientos (según datos del Instituto Nacional de Estadísticas de España, INE).
     Al analizar la dinámica general de disminución de natalidad en el transcurso del siglo XX advertimos que en 100 años dicho índice se redujo hasta menos de una tercera parte. Así, por ejemplo, según los datos del año 1900 a cada mujer le tocaba un promedio de 3,53 hijos, y medio siglo más tarde, en 1950 – 2,39 (17). Y aunque hacia finales de la época franquista este índice había aumentado un tanto (hasta 2,8), en la época de la democracia ha vuelto a bajar constantemente.

     Como podemos ver de la tabla, la natalidad baja y muy baja no es un fenómeno “específico” de España. Se trata de un fenómeno propio de toda civilización postindustrial. Pero, en vez de considerarlo categóricamente como un fenómeno de crisis, “¿no sería más correcto tomar en consideración todos los aspectos de los cambios en la conducta procreativa masiva y sus efectos, y no hablar de tasas de natalidad catastróficamente bajas, sino de las posibilidades a que da lugar esa tendencia en orden a la reestructuración interna de todo el “cuerpo de la sociedad”, la cual permite trasladar el acento desde las características cuantitativas de la vida social a las cualitativas?”. Así plantea la cuestión el conocido demógrafo ruso A. G. Vishnevsky (18). Y esta opinión merece ser tomada en cuenta. Además, semejante orientación a las familias de poca prole, que ha echado profundas raíces en la conciencia de masas de los actuales habitantes de las ciudades, resultó ser muy atractiva para muchos estados desarrollados y en vías de desarrollo. No obstante, para España la baja natalidad y sus consecuencias –el frenado o cese del crecimiento de la población del país– no suponen ventaja alguna y son incluso alarmantes.
     En este contexto vale señalar que España —posiblemente, ya en el futuro próximo— se enfrentará con un problema que ya “ha salido a la superficie” en Francia, a saber, el problema de los hijos de los inmigrados.


Cuadro 6
Dinámica de los cambios del índice de natalidad sintético*

en España y en algunos otros países de la Unión Europea
(por años)


Años Unión Europea  España Alemania Francia Italia Suecia GranBretaña
            (promedio)

1970          2,4          2,9        2,0          2,5      2,4      1,9     2,4

1975          1,96        2,8        1,5           1,9      2,2      1,8     1,8
1980          1,8          2,2        1,6           1,95    1,7      1,7     1,9
1985          1,6          1,6        1,4           1,2      1,4      1,7     1,8     
1990          1,6          1,4        1,45         1,8      1,3      2        1,8
1995          1,42        1           1,3           1,7      1,1      1,7     1,7
1998          1,45        1           1,3           1,75    1,2      1,5     1,7  
2000          1,5          1,2        1,4           1,9      1,2      1,5     1,6
2004          1,5          1,3        1,4           1,9      1,3      1,75   1,7

 

* Número de hijos por mujer.
Fuentes: Datos de los años 1970–1998: Statistiques demographiques. Donnees 1960–1999. Comisión Europeenne Office des Publications Officielles des Communautes Europeennes. Luxemburgo, 1999; datos de los años 2000–2004: EUROSTAT. –
http://epp.eurostat.cec.eu.int/

 

     En comparación con otros países europeos, en España los inmigrados no son tan numerosos y representan un 8% de la población total. Según datos del INE, para el 1 de enero del año 2004 estaban oficialmente registrados poco más de 3 millones de inmigrados. Atenúa el problema también el hecho de que aproximadamente la mitad de ellos (el 43,5%) son personas procedentes de América Latina (en primer lugar, ecuatorianos y colombianos), o sea, gente próxima en su cultura a los españoles y, por lo general, educada dentro de la tradición católica. El 24% de los inmigrados son de procedencia europea (mayormente de Rumania – el 7% del total de inmigrados). Sin embargo, otro 27% de ellos son oriundos de África, ante todo de Marruecos (el 14% del total de inmigrados), y precisamente las mujeres marroquíes, portadoras de las tradiciones culturales islámicas, las que se caracterizan por altas tasas de fertilidad, correspondiéndoles un 20% del total de nacimientos de madres extranjeras.
     En general, en el año 2004 de los 453 mil recién nacidos en España 62 mil (o sea, uno de cada siete) aparecían en familias de inmigrados. Ello significa, que a pesar de que en este momento la participación de extranjeros en la natalidad no es todavía determinante, tampoco podemos echarla de la cuenta. Por lo visto, tal incremento del número de recién nacidos puede compensar la baja natalidad de la población autóctona española, pero, por otra parte, viene preñado de muchos nuevos problemas y amenazas.
     Veamos las principales razones de la reducción de las tasas de natalidad en España. Una encuesta realizada por el INE en 1999 reveló que los factores decisivos, cuando la mujer decide cuántos niños va a tener y si va a tener alguno, son varios. En primer lugar, interviene el estado civil, o sea, si está casada o no. Luego siguen, en orden de influencia, el nivel de instrucción, el grado de religiosidad y el hecho de que trabaje o no fuera de casa.
     En cuanto al primer factor (consideraciones relacionadas con el estado civil) llama la atención el aumento de la edad en que se contrae matrimonio. A causa de ello disminuye el número de mujeres en edad de fertilidad, lo cual a su vez se ha convertido en los últimos decenios en un serio factor de reducción de la natalidad.
Se trata de una tendencia global. Así, por ejemplo, el promedio de la edad de contracción del matrimonio creció en los últimos 30 años de 25,4 hasta 27,2 años para los hombres y de 21,5 a 23,2 años para las mujeres.
     En los países desarrollados tal tendencia se manifiesta de manera todavía más relevante. Si en los años 70 del siglo XX los hombres se casaban por término medio a la edad de 25,2 años, ahora ya lo hacen a los 28,8 años. También creció sustancialmente la edad en que contraen matrimonio las mujeres: de 22,0 a los 26,1 años.
     Es natural que con el aumento de la edad en que se contrae el matrimonio, haya crecido también la edad del primer parto. Si en el transcurso de muchos decenios (o, quizás, de siglos) el mayor grupo de parturientas lo formaban las mujeres de edad comprendida entre 25 y 29 años, a comienzos del siglo XXI lo formaban ya mujeres de 30 a 34 años, mientras que el grupo más joven quedó desplazado al segundo plano. En 1975 en España los niños, nacidos de mujeres mayores de los 30 años de edad constituían un 35% del total de recién nacidos, mientras que en 1997 su parte ascendía ya al 54%.
   

    Llama también la atención el paulatino crecimiento del número de niños nacidos de parejas no casadas. Aunque en la Europa de mediados de los años 90 nacían fuera de matrimonio un promedio de 24,3% de los niños, en España su parte era de tan sólo 11%. Sin embargo, para el año 2002 esta proporción se duplicó.
    

     Tanto el crecimiento del número de divorcios, como el aumento del número de hijos de parejas no casadas están relacionados con el hecho de que junto con el trabajo fuera de casa las mujeres hayan obtenido mayor independencia económica y, por ende, mayor libertad de opción. “El crecimiento del número de divorcios y la posibilidad de tener hijos sin concertar el matrimonio son una consecuencia de la independencia económica de las mujeres de sus maridos” – señala el conocido demógrafo R. Antolín (19). Sin embargo, es también importante el factor “subjetivo”, y en el caso que nos ocupa, el de las creencias religiosas. Hasta cierto momento éstos retenían la natalidad fuera de matrimonio. Por algo en las cifras de natalidad extramatrimonial España iba rezagada de los demás países de Europa.
     En cierto sentido, los demógrafos franquistas tenían razón al afirmar que el trabajo de la mujer fuera de casa era la mayor amenaza para la natalidad. En efecto, según se desprende de la mencionada encuesta, incluso en el actual contexto de disminución de la natalidad sin precedente las amas de casa dan a luz un promedio de 1,97 niños, mientras que las mujeres trabajadoras – 1,04 (20).
     En lo que concierne al nivel de instrucción, la relación es bastante clara. En el grupo de mujeres de mayor “fertilidad” (de 25 a 34 años) a una analfabeta le correspondía un promedio de 3,13 niños, y a las mujeres con estudios superiores, sólo 0,33.     

      También es evidente la influencia de la religión en la natalidad: las mujeres religiosas tienen un promedio de 1,29 hijos; las creyentes "no practicantes”, 1,01, y las ateas, menos de uno. En este sentido nos parece fundamentada la afirmación de la Iglesia católica de que en la sociedad secularizada moderna se ha difundido ampliamente la llamada “mentalidad contraceptiva”, en la cual las relaciones sexuales van separadas del amor, al igual que el amor y la felicidad en la familia va separado del nacimiento de hijos.
     Como señaló al respecto el conocido demógrafo español J. Vinuesa Angulo, “el alto nivel de natalidad en los fines de la época franquista era en gran medida una consecuencia del ambiente social general, orientado a la prole numerosa, la cual, a su vez, era determinada por la ideología del régimen y la prohibición del uso de los contraceptivos. Con el comienzo de la democratización la mujer recibió la posibilidad de controlar sus funciones reproductivas y, al mismo tiempo, de incorporarse a la vida social y económica, adquiriendo el derecho y la posibilidad de trabajar como profesional fuera de casa” (21). Nos parece que tal apreciación caracteriza de manera adecuada el sentido de los cambios.
     

      Sin embargo, muchos españoles lamentan no tener tantos hijos como quisieran tener.

      En la conciencia de las masas se conserva la orientación a una prole numerosa, que permite alcanzar el número “ideal” de miembros de la familia. Casi la mitad de los españoles (tanto hombres, como mujeres) respondieron que tenían menos hijos de los hubieran querido tener, y la mayoría de los interrogados lo explica por la interferencia de dificultades económicas. Entre las causas de ello que más se mencionan, figuran el desempleo, el alto costo de la vivienda y la imposibilidad (por esta razón) de vivir separados de los padres. Esa última cause requiere ciertas explicaciones.

 

Cuadro 7
Parte de los jóvenes que continúan viviendo
en casa de sus padres
(en %)

 

Países         Grupo en la edad    Grupo en la edad
                  de 20 a 24 años      de 25 a 29 años

España                 90                          62                             

Alemania              53                           20
Francia                 52                          18
Europa (15)          66                          32

 

Fuente: ¿Cómo somos los europeos? (1999). – Las claves demográficas del futuro de España. Madrid, 2001, p. 247–286.

 

     En general, la residencia conjunta de varias generaciones siempre era característica para España, al igual que para Portugal e Italia. En este sentido vale recordar lo que dijera Miguel de Unamuno, hace casi un siglo: “… En nuestro país es difícil encontrar albergue y ganarse la vida. Los jóvenes con mucha demora pierden el hábito de agarrarse de las faldas de sus madres y salen del nido de la familia… Eso no significa que ellos se acomoden al medio que los rodea ni que se adapten activamente a éste y adapten el medio a ellos mismos; no, ellos se acomodan pasivamente a las circunstancias” (22).
     Por lo visto tal tradición se conserva en gran medida también en la España contemporánea. En tal sentido surge la pregunta acerca de una psicología específica de la juventud española, motivada por las dificultades con que tropieza para encontrar empleo. No puede decirse que en España ello sea imposible. En tal caso los flujos de inmigrantes no se dirigirían a este país movidos por la esperanza de encontrar una vida mejor. Pero es verdad que a los jóvenes les resulta difícil encontrar un primer empleo que les satisfaga plenamente.

     Según diversos estudios sociológicos, el alto nivel del desempleo se debe a cierto pesimismo y fatalismo de la psicología nacional, que hace que los jóvenes se pasen mucho tiempo esperando una variante óptima de empleo rechazando las variantes de compromiso. “Debido a la penetrante psicología pesimista, característica para los españoles, ellos creen que el trabajo que se les ofrece es para toda la vida o, al mínimo, para un período prolongado. Ellos se niegan a creer que tal empleo pueda ser tan sólo el primer paso hacia la ulterior mejora de la vida después de un largo período de desempleo. Debido a ello gran parte de los interrogados rechazan rotundamente las propuestas, si la variante no les parece ser la óptima. Ello ocurre debido, por un lado, a la buena protección social y, por el otro, a la determinada actitud hacia el trabajo” – señala con este motivo A. de Miguel (23). En su actitud hacia el trabajo la juventud española se diferencia considerablemente de la generación mayor. Ello lo demuestra la tabla siguiente.

 

Cuadro 8
Sicología del trabajo
(en %, por grupos de edad)


Edad            El trabajo no afecta           Hay que trabajar sin 

                   a otros intereses               escatimar esfuerzos,

                   en la vida                          incluso si ello afecta

                                                            a otros intereses
                  
18-29                  70                                10

30–44                 70                                11
45–64                 63                                17
65 y más              54                                26
Promedio             65                                16

 

Fuente: A. e I. de Miguel. Las mentalidades de los españoles a comienzos del siglo XXI. Madrid, 2004, p. 53.

 

      En general, se puede sacar la conclusión de que en la tendencia de la reducción de la natalidad, que es característica para todo el mundo contemporáneo, los factores “objetivos” y “subjetivos” van estrechamente entrelazados. En este sentido es difícil sobreestimar el papel de la conciencia masiva, de las tradiciones y de las orientaciones religiosas, la psicología de las relaciones en familia y de las laborales.

 

 

El envejecimiento de la población: los ritmos más
acelerados en el mundo

 

      En España de hoy el problema del envejecimiento de la población es nada menos grave, que el problema de la baja natalidad. En cierto sentido se trata del “pago” por los éxitos del desarrollo económico de la sociedad, por los adelantos en la medicina y en el seguro social de la población. Al igual que el problema de la baja natalidad, tal fenómeno no es netamente español, sino que encaja en las tendencias socio-demográficas generales del mundo contemporáneo.
Del carácter global del proceso del envejecimiento de la población evidencia el informe de la ONU, en el cual, en particular, se dice: “En todo el mundo se registra envejecimiento de la población. En general, en el año 1950 la parte de la población en edad de 60 y más años era del 8%; en el año 2000, el 10%, y según los cálculos de especialistas, para el año 2050 llegará al 21%. Además, ahora no sólo un mayor número de personas llegan a la vejez sino que viven en esa condición mayor cantidad de años” (24).
      De otro informe de la ONU, dedicado al mismo tema, se desprende que la parte de personas mayores de los 80 años, que actualmente representan el 1% de la población mundial, en el año 2050 llegará al 4%. En el informe se centra la atención en que “a escala mundial el número de personas de edad avanzada (mayores de 65 años) aumenta cada año en un 2%. Y según los cálculos en los próximos 25 años ha de esperarse un incremento mucho más rápido del número de personas de este grupo de edad, en comparación con los demás grupos. Se calcula en el período de 2010 a 2015 el incremento anual del grupo de edad avanzada será del orden de 3,1%” (25).
      Este grupo es particularmente numeroso en los países desarrollados. Según cálculos de los demógrafos, dentro de 30 años la edad de los habitantes de la Tierra habrá aumentado de 26,5 a 36,2 años debido al envejecimiento de la población en los países desarrollados, en que la edad media podría ascender a 46,4 años.
En España el proceso del envejecimiento de la población comenzó a manifestarse de manera perceptible a mediados de los años 70 y ha venido intensificándose cada vez más desde entonces. Según todos los cálculos, este proceso proseguirá.

     El número de personas mayores de 65 años (6,7 millones a comienzos del siglo XXI) podría ascender hasta 8,7 millones en 2025. Y el de mayores de 85 años podría superar el millón.
Si en el desarrollo socio-demográfico todo sigue como ahora, se mantendrá el mismo nivel de natalidad y los ritmos de crecimiento de la esperanza de vida, y dentro de medio siglo España podría convertirse en el país más “viejo” del mundo, con una edad media de 55 años.

 

Cuadro 9
Dinámica de la estructura de la sociedad, según la edad,

y el índice del envejecimiento en el siglo XX
(en % por grupos de edad generales)


Año                            Gropos por edades                       Índice

                                                                                  de envejecimiento*
                          Menores de 14    15–64     65 y más 
1900                          33,5             61,3        5,2              16
1930                          31,7              62,2       6                 19
1950                          26,2             66,5         7,2             28 
1970                          27,8             62,5         9,7             35
1990                          19,4             66,7        13,8            71
2001                          15,7              67,6       16,6            107

 

*Cantidad de personas, que alcanzaron la edad de 65 y más años por cada cien personas menores de los 15 años.
Fuente: J. Pérez Díaz. Madurez de masas. Madrid, 2003, p. 96.

 

     Los datos recogidos en la tabla 9 demuestran que hasta mediados del siglo XX la tendencia al incremento del número personas de edad avanzada se desarrolló gradualmente y que sólo en veinte años (de 1970 a 1990) se produjo un salto cualitativo en la estructura de edad de la sociedad. El índice de envejecimiento se duplicó, y diez años más tarde, para el 2001, aumentó en un tercio más.
     ¿Qué amenaza encierra el envejecimiento demográfico? No es peligroso de por sí. Sus efectos sociales y económicos pueden ser corregidos. Lo peligroso es la combinación del envejecimiento con la baja natalidad. Precisamente esa combinación puede traducirse en disminución de la población, en general. Dentro de 50 años España podría haber perdido hasta el 21,8% de su población, quedando ésta a 31,2 millones.
No obstante, según N. Ebershatdt, destacado demógrafo norteamericano, no existe suficiente base científica para hacer semejantes pronósticos a cincuenta años vista. Nadie puede anticipar el número de niños que tendrán aquellas personas que todavía ni siquiera han nacido.
     El envejecimiento demográfico de la población tiene también numerosas consecuencias sociales. Entre ellas se podría mencionar los cambios en la estructura de los subsidios sociales, la creciente carga que recaerá sobre la joven generación, que se verá obligada a cuidar de los viejos, y la mayor demanda de vivienda, ya que muchos viejos prefieren vivir separados de sus hijos. Son problemas que conciernen al mundo entero. En general se podría decir que si todavía hace apenas diez años lo que más preocupaba a los demógrafos era el problema de la sobrepoblación del planeta, considerada como la principal amenaza que acechaba a la civilización humana, ahora la atención se centra en el envejecimiento demográfico de la población, el cual repercute cada vez más en la vida social y económica.
     Y no sólo se trata de que ya ahora los gobiernos tienen que resolver con urgencia los problemas relacionados con el creciente peso de las pensiones en el total de los gastos sociales, con su creciente carga sobre la población activa y con la necesidad de cuidar de los viejos incapacitados y solitarios. A los científicos y políticos de distintos países los preocupan todavía más los pronósticos y cálculos para los 10–20 años próximos. Así, por ejemplo, el auditor general de Canadá, D. Desautels, previno al Ministerio de Finanzas de su país sobre la necesidad de revisar con urgencia la metodología de formación del presupuesto público, debido a la creciente tendencia de envejecimiento de la población. En el año 2030 Canadá tendría ya, no un 12% de jubilados como ahora, sino el 22%, o sea, casi una cuarta parte del total de ciudadanos.
     Últimamente en España las discusiones acerca del problema del envejecimiento se han convertido en un tema de moda. Su significado económico está a la vista: se trata, ante todo, del sistema de pensiones y del balance entre el número de quienes hacen aportaciones al este sistema y el de beneficiarios del mismo, lo que en definitiva influye en la estabilidad del “Estado de bienestar general”, en general. El envejecimiento demográfico de la población puede ser considerado como un importante indicador del éxito de toda la civilización industrial y postindustrial.
Subrayemos que en los últimos cincuenta años en España ha cambiado considerablemente la relación entre el número de personas en edad laboral y el de los jubilados. En 1950 por cada jubilado había 12 personas en edad apta para el trabajo, mientras que en 2005, sólo 9. De acuerdo con los pronósticos proyectados al año 2050, para sostener un jubilado habrá sólo cuatro personas aptas para el trabajo.
     Un problema aparte es el de la calidad de vida de las personas de tercera edad. Se trata tanto de su capacidad de obrar como del contenido de su vida. En los últimos años en España se concede mayor atención a este problema. Aparecen todo tipo de cursillos y universidades para personas de edad avanzada. Pero ello concierne a los pensionistas plenamente capacitados y activos. Y el problema radica en que, a la par con el crecimiento de la esperanza de vida crece también el grupo de las personas de edad más avanzada, es decir, que aumenta también el número de personas incapacitadas.
     Por ahora entre los 6,2 millones de ancianos la gran mayoría son personas “capacitadas”, pero es grande también la proporción de los que, en mayor o menor medida, están incapacitados para cuidarse a sí mismos. Si la tendencia de envejecimiento poblacional sigue desarrollándose en las mismas proporciones que ahora, dentro de cuatro decenios habrá aumentado en flecha la carga que pesará sobre las mujeres de 40 a 50 años de edad (hijas, sobrinas y cuñadas) a las que incumba el cuidado de ancianos. Actualmente por cada persona mayor de 80 años que necesita atención, hay dos mujeres de edad comprendida entre 40 y 50 años, pero hacia el año 2040 puede formarse otra situación, en la cual el número de ancianos superaría el de mujeres del mencionado grupo de edad.
      Cabe preguntarse, sin embargo, si el envejecimiento de la población implica solamente consecuencias negativas. Tal enfoque pesimista es el que predomina actualmente entre demógrafos y economistas. Pero nos parece que el envejecimiento de la población y el previsible aumento de la carga que recaerá sobre los miembros de la sociedad aptos para el trabajo no dan fundamento para dramatizar demasiado el problema. Vale recordar que las personas aptas para el trabajo sostienen no sólo a los ancianos, sino también a los niños. Y puesto que las condiciones de baja natalidad disminuye la “carga infantil” que recae sobre los adultos, éstos tienen más posibilidades para atender a los viejos. La carga total sobre la población trabajadora sigue siendo casi la misma. Como señala con razón A. G. Vishnevsky, “los niños mantenidos consumen hasta el momento en que comienzan a producir, a modo de avance. Y las personas de edad avanzada pasan a ser mantenidas después de finalizar su vida laboral, o sea, lo que ellos consumen a partir de entonces ya ha sido pagado previamente con su trabajo propio” (26).
     De tal manera, el problema puede ser solucionado en el contexto de una política económica y social adecuada. En España se ha establecido y funciona uno de los mejores sistemas de pago de pensiones del mundo.

     Además, no conviene olvidar que la tendencia de envejecimiento poblacional es el reverso de los impresionantes avances y éxitos logrados en el desarrollo de la civilización humana.

 


1) R. Ledesma. Discurso a las juventudes de España. Madrid, 1954, p. 93. Ideas similares se desarrollaron en los trabajos de ideólogos como M. García Morente (“Idea de la Hispanidad”), M. Herrero García (en la publicación periódica “Acción española”) y de otros.
 2)  À. äå Ìèãåëü. 40 ìèëëèîíîâ èñïàíöåâ 40 ëåò ñïóñòÿ. Ì., 1985, p. 34.
 3) Véase, por ejemplo: A. Sauvy. La population. Paris, 1954; E. Wagemann. Estructura y ritmo de la economía mundial (versión española). Barcelona, 1937.
  4) J. Pérez Díaz. Madurez de masas. Madrid, 2003, p.75.
  5) Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). 25 años después. Estudio N 2401. Madrid, 2000.
  6) A. e I. de Miguel. Las mentalidades de los españoles a comienzos del siglo XXI. Madrid, 2004, p. 70.
  7) CIS. 25 años después.
  8) Þ. Ëåâàäà. Îò ìíåíèé ê ïîíèìàíèþ. Ì., 2000, ð. 406.
  9) “El Mundo”. Madrid, 28.II.2001.
  10) A. e I. de Miguel. Op. cit., p. 162.
  11) Þ. Ëåâàäà. Op. cit., p. 462.
  12) CIS. 25 años después.
  13) J. Saralegui Gil. Seguimiento estadístico de las formas de convivencia. – Las claves demográficas del futuro de España. Madrid, 2001, p. 181.
  14) CIS. 25 años después.
  15) UN. World Fertility Report 2003. Population Division, DESA. – http://www.un.org/esa/population/unpop.htm
  16) Datos del año 1998: R. Puyol Antolín. Op. cit., p. 20. Datos del año 1999: Instituto Nacional de Estadísticas (INE), site oficial: http://www.ine.es/prensa/np199/doc
  17)Se citan los datos según: R. Tamames. Estructura económica de España. Madrid, 2000, p.59.
  18) À. Ã.  Âèøíåâñêèé. Ïÿòü âûçîâîâ íîâîãî âåêà. – «Ìèð Ðîññèè», 2004, ¹ 2, ñ. 8.
  19) R. Puyol Antolín. Op. cit., p. 30.
  20) INE. Datos para la prensa. 21 de diciembre de 1999. – http://www.ine.es
  21) J. Vinuesa Angulo. Desequilibrios de la población española. – Las claves demográficas del futuro de España, p. 53.
  22) Í. äå Óíàìóíî. Èçáðàííîå â äâóõ òîìàõ, ò. 2, Ë., 1981, ñ. 208.
  23) A. e I. de Miguel. Op. cit., p. 56.
  24) Living Arrangements of Older Persons around the World. Department of Economic and Social Affairs (DESA). Population Division. New York, 2005, p. 3.
  25) Population Challenges and Development Goals… New York, 2005, p. 13.
  26) À. Ã. Âèøíåâñêèé. Op. cit., p. 10.

ÃËÀÂÍÀß Î ÍÀÑ ÄÅßÒÅËÜÍÎÑÒÜ ÑÒÐÓÊÒÓÐÀ ÏÓÁËÈÊÀÖÈÈ ÊÎÍÒÀÊÒÛ ÊÀÐÒÀ ÑÀÉÒÀ ESPAÑOL
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