ÃËÀÂÍÀß Î ÍÀÑ ÄÅßÒÅËÜÍÎÑÒÜ ÑÒÐÓÊÒÓÐÀ ÏÓÁËÈÊÀÖÈÈ ÊÎÍÒÀÊÒÛ ÊÀÐÒÀ ÑÀÉÒÀ ESPAÑOL
Ðåéòèíã@Mail.ru

 
María JVAN,
Postgraduada del Instituto Estatal
de Relaciones Internacionales

 

¿A QUÉ INTEGRACIÓN ASPIRA BRASIL?


Basta echar un vistazo al mapa del mundo para cerciorarse de las ventajas que suponen para Brasil sus parámetros. Su superficie supera a la de la parte continental de EE.UU., y por sus dimensiones es el quinto mayor país del mundo. Brasil ocupa el sexto lugar del mundo en cuanto a población (más de 189 millones de habitantes, cifra que podría aumentar hasta 250 millones de aquí al año 2050). En el transcurso de los últimos 125 años este país mantiene relaciones de paz con los 10 estados vecinos.


En el momento actual Brasil satisface plenamente sus necesidades de recursos. En 1997 ascendió al octavo lugar en el rating mundial de países clasificados en función de su PIB absoluto. Además es, a nuestro modo de ver, el único país latinoamericano capaz de intervenir como una fuerza realmente independiente en la política mundial y aplicar una línea política propia en la palestra internacional.


Todo ello da pie para afirmar que Brasil es una “potencia naciente” e incluirlo en el grupo de los países gigantes emergentes, que están llamados a desempeñar un papel importante en el sistema mundial del siglo XXI, grupo del que también forman parte los demás países del BRIC (Rusia, India y China) y los del SPIM (RSA, Pakistán, Indonesia, y México) (1).


Queda por ver si Brasil está debidamente preparado para actuar de manera adecuada a su status actual, si es capaz de asumir el papel de líder auténtico verdadero en el área latinoamericana.


Al respecto conviene señalar, en primer término, que las relaciones de Brasil con otros estados latinoamericanos no siempre han sido tan armoniosas como aparecen ahora. Durante muchos años (de 1964 a 1985) reinó en Brasil un régimen de dictadura militar. La concepción estatista de la seguridad nacional adquirió rasgos bastante agresivos, especialmente en los primeros años. So pretexto de garantizar la seguridad nacional, en lo que se podría definir como una política de “superseguridad”, los militares desempeñaban un papel determinante en todos los aspectos de la vida social y económica.


Ahora bien, desde el principio mismo el concepto de la “superseguridad” encerraba una potente carga conflictiva. A pesar de que los ideólogos del régimen militar declaraban su fidelidad al capitalismo, como método de producción, la absolutización de la idea de la soberanía relegaba a la empresa privada y al capital extranjero en Brasil a la categoría de una especie de “mal inevitable”. A diferencia del “comunismo internacional” no se les colgaba el sambenito de enemigos de la nación, pero sus actividades tenían que desarrollarse bajo rígido control del Estado. Debido a ello ya para los comienzos de los años 80 en Brasil de anticomunismo declarado se formó una situación más bien paradójica, hecho que había sido notado por R. Wesson. “Si el socialismo significa el control estatal sobre los medios de producción –escribió él– Brasil, por lo visto, es el país más socialista de todos los estados industriales del Occidente”.


La “superseguridad” se ha convertido en un verdadero freno para la profundización de la colaboración regional planes para la cual habían sido trazados a fines de los años 50 – comienzos de los 60. Según se indicó en los documentos del Primer Congreso Latinoamericano de Relaciones Internacionales e Investigaciones para la Paz, celebrado en 1995 en la capital de Guatemala, ésta “contribuyó a la “balcanización” de la región... dificultó la búsqueda de esquemas conjuntos de seguridad, que respondan a sus intereses conjuntos” y, en fin de cuentas, “tergiversó el sentido real de la noción “seguridad nacional” (2).


El bloque de poder que se formó en Brasil a mediados de los años 70 en la forma de “simbiosis de la élite militar-burocrática con el gran negocio en el marco del sector estatal”, introdujo en su política exterior una considerable carga de nacionalismo, decorado con la idea de convertir este país en una “gran potencia” rápidamente, en vida de una generación.


Además, en la segunda mitad de los años 70 se creó en Brasil un poderoso complejo militar-industrial y el país se convirtió en uno de los diez mayores exportadores mundiales de armas, lo cual contribuyó al crecimiento de su potencial en la política exterior y al reforzamiento de su independencia respecto a los EE.UU en el ámbito internacional (3).


Naturalmente, semejante política de Brasil les permitió también a otros estados latinoamericanos sentirse más independientes de los Estados Unidos.


Pero al mismo tiempo esto empezó a motivar preocupación entre los países vecinos, temerosos de que en vez de EE.UU. se pusiera a presionar sobre ellos Brasil. Estos temores repercutieron, en particular, en la historia del Pacto Amazónico.


En 1978 ocho estados de la región del Amazonas suscribieron dicho pacto, el cual preveía establecer relaciones de “colaboración armoniosa”, particularmente en temas que tendían cada vez más a integrarse en la esfera de la política de seguridad: garantía de la navegación comercial libre por el Amazonas y sus afluentes, colaboración en la potenciación de las vastas regiones de la cuenca y el aprovechamiento de sus recursos hidráulicos, preservación del equilibrio ecológico, etc. En el documento se reflejaba un viraje en el entendimiento de los intereses de seguridad propia de Brasil, que antes se concentraban por entero en la región del Sur del Atlántico, lo cual contribuyó a la pronta disminución de la tirantez en las relaciones con Argentina (4). Además, el Pacto Amazónico venía a ser un medio apropiado para poner coto a las ambiciones hegemonistas del Brasil, y eso también contribuía a tranquilizar a sus vecinos.


Los años 80 del siglo XX se caracterizaron políticamente por la transición de Brasil a la democracia. No obstante, en lo referente a la economía el país atravesaba una profunda crisis, debido a la persistencia de la inmensa deuda externa, la inflación y al agotamiento de modelo del desarrollo aplicado hasta entonces (4). En tales condiciones los dirigentes brasileños comenzaron a considerar la integración con los estados latinoamericanos como una instrumento indispensable para superar la marginalización del país, como cierto “polígono de ensayos” (5) para lograr una mayor inserción del país en la economía mundial y, al mismo tiempo, como un proyecto que serviría para alentar a los inversionistas.


En agosto de 1986 Brasil y Argentina firmaron un programa de colaboración en las direcciones prioritarias de la aproximación económica, cuyo objetivo era reemplazar la competencia entre los dos países más grandes de América del Sur por la unión de sus esfuerzos económicos, reforzando así su papel rector en la región (6).


En 1988 firmaron el Acuerdo de Integración, Cooperación y Desarrollo, el cual preveía no sólo crear una zona de libre comercio, sino también coordinar la política en las esferas de divisas, fiscal y circulación monetaria. La idea consistía en crear en el transcurso de 4 años cierto espacio económico único y la formación de un mercado común (7). Pronto al proceso de negociaciones se incorporaron Uruguay y Paraguay, y el 26 de marzo del año 1991 se firmó en Asunción el Tratado constitutivo del Mercado Común del Sur (MERCOSUR).


El documento de Asunción determinó los mecanismos y la estructura del mercado común de los cuatro estados y sus metas más importantes, incluidos el tránsito libre de mercancías y servicios, la implantación de un  arancel externo común, formas de interacción más estrecha en la elaboración y la aplicación de las políticas macroeconómicas. En general, esas tareas no desbordaban el marco de los objetivos trazados por Brasil y Argentina en la etapa inicial de la integración, iniciada en los años 80.


Tanto la historia del desarrollo del MERCOSUR como el desenvolvimiento en profundidad de los procesos integracionistas en el marco de esta organización son bastante complicados. Por ello la autora se limitará en estas cuartillas a una breve exposición del tema.


Concluida la etapa de la formación (1991–1994), a partir del 1 de enero de 1995 el MERCOSUR ascendió a un nivel de integración más elevado: la asociación de libre comercio se convirtió en Unión aduanera. Se estableció un arancel exterior común que abarcaba casi el 85% de las denominaciones de mercadería importadas de terceros países. Paralelamente se desarrollaban el comercio intracomunitario y la colaboración en el campo de la industria y la energética. Es más, Brasil y Argentina promovieron en reiteradas ocasiones sus planes de creación de una moneda común.


Poco a poco el MERCOSUR se iba convirtiendo en el bloque comercial más importante de América Latina, encabezado por Brasil, su líder extraoficial, y Argentina, que es segundo socio mayor. El 1 de octubre de 1996 entró en vigor el acuerdo de libre comercio Mercosur-Chile, y el 1 de abril de 1997 entró en vigencia el acuerdo acerca de la asociación de Bolivia, un miembro de la Comunidad de las Naciones Andinas.


En general, en los años 90 el comercio exterior de los países del bloque se desarrolló a ritmos bastante altos, que coincidían con la tendencia mundial de desarrollo de las exportaciones. En el período de 1990 a 1998 el volumen del comercio intracomunitario creció desde US$ 4,1 mil millones hasta US$ 21 mil millones (8).


No obstante, en los años 90, además de los indiscutibles logros en el campo de la integración, se perfilaron también serias dificultades. La caída de la producción industrial en Brasil en 1998 y luego la crisis económica en Argentina provocaron una considerable reducción del comercio exterior de todos los países que integraban el bloque. El cúmulo de problemas relacionados con el desarrollo insuficiente de la infraestructura del transporte, las cuestiones de la regulación monetaria, de la unificación de los impuestos y de la legislación laboral originaron la crisis del MERCOSUR.


Sin embargo, nos parece que los problemas con que tropezó MERCOSUR fueron provocados no sólo por la demora en la realización de las tareas trazadas, sino también por el fracaso de la estrategia de reformas neoliberales, que se aplicó en los países de la región en los años 90.


América Latina es un continente que posee rasgos “civilizacionales” específicos y estables en los más diversos aspectos: históricos, jurídicos, culturales, sicológicos, etc. (9). En consecuencia, las causas de los problemas que surgen en estos países, el entendimiento de tales problemas y las correspondientes recetas de solución deben diferenciarse cardinalmente, en su propio contenido civilizacional de los factores causantes y de los métodos de solución aplicados en otras regiones, en particular, en los EE.UU. Los intentos de Washington de implantar los modelos occidentales del liberalismo en una región donde, a todas luces, no podían surtir efecto (10), causaron a fines de los años 90 del siglo XX la agudización de las crisis y situaciones sociales explosivas en Brasil y en Argentina.


Y aunque todavía es temprano para sacar conclusiones sobre el modelo de desarrollo que más les conviene a los estados latinoamericanos (ya que ninguno de los ropajes políticos y económicos que se ensayaron en esta región en el transcurso del siglo XX, se reveló efectivo para evadir las crisis y las tensiones sociales (11)), podemos afirmar, que el camino de la construcción del Estado social, por el que han optado Brasil y Argentina a comienzos del siglo XXI, contribuyó, al menos, a superar las tendencias recesivas en la actividad del MERCOSUR.


A fines de 2003 el MERCOSUR aprobó un programa de acción para los años 2004–2006, que señala como metas de ese período crear un organismo legislativo común, liberalizar el comercio en el sector de servicios a la población, implantar el arancel exterior común, sentar las bases para la introducción de una moneda única, etc. El objetivo esencial de este programa era facilitar el paso de la etapa de asociación aduanera, aún inconclusa, a un verdadero mercado común.


Parte de lo trazado ya se ha llevado a la práctica. Se creó el Instituto de apoyo del Estado de derecho, se realizaron actividades comerciales multilaterales, se elaboró el proyecto del protocolo acerca de la formación del Parlamento del MERCOSUR. El 1 de febrero del año 2006 se creó el llamado Mecanismo de adaptación de la competencia, de la integración productiva, de la distribución equitativa y del dinamismo del comercio (MAC), cuya misión es evitar el estallido de “guerras comerciales” como las que sacudieron a esta agrupación a fines de los años 90 y comienzos del siglo actual.


Tras un intervalo de diez años, el MERCOSUR volvía a ser un polo de atracción para la más antigua estructura subregional, la Comunidad Andina de Naciones (CAN) (12), todos los miembros de la cual para aquel momento ya habían sido admitidos en el MERCOSUR como miembros asociados. México, Panamá y Cuba también manifestaban su intención de adherirse al bloque.


En diciembre de 2005, en la cumbre de Montevideo del MERCOSUR se admitió el ingreso de Venezuela en calidad de miembro dotado de todos los derechos, a excepción del derecho de voto, que le sería otorgado cuando cumpliera todos los requisitos que deben satisfacer los miembros plenos de este organismo (13).


MERCOSUR mantiene negociaciones para la creación de una zona de libre comercio con la UE. Existen acuerdos marco que contemplan crear sendas ZLC con la República Sudafricana y el Sistema de integración centroamericana. Todo ello demuestra que poco a poco el MERCOSUR va convirtiéndose en una verdadera comunidad integracionista, que desempeña un importante papel en la palestra internacional y que constituye un ejemplo clásico de la política de “regionalismo abierto”, orientada a la máxima inserción de los países del área en la economía mundial.


Sin embargo, junto a esos indicios evidentes de la evolución del Mercado Común del Sur, hay otros que denotan que esta agrupación sigue siendo relativamente débil.


Las dificultades del MERCOSUR radican no sólo en el nivel relativamente bajo de productividad del trabajo en algunas ramas de la industria de los países-miembros, lo que se traduce inevitablemente en afluencia de productos brasileños —más baratos— a los estados vecinos. Se deben también a la existencia de diferencias sustanciales en las estrategias económicas de los dos socios mayores y a la ausencia de organismos supranacionales, capaces de intervenir como centros de concertación de las metas en política interior y la coyuntura externa, y de la dinámica del desarrollo del propio bloque.


¿Hasta qué punto es favorable o desfavorable esta situación para los países integrantes del MERCOSUR?


Todo indica que del reforzamiento del MERCOSUR sale ganando Argentina, mientras que a Brasil, según parece, le convendría aplazar la solución de los problemas de la agrupación integracionista, reforzando al mismo tiempo sus posiciones en las esferas subregional, regional y, por fin, en la internacional. Y es que con la creación de instituciones supranacionales cada miembro del bloque tendría en ella igual cantidad de votos, y Brasil ya no podría imponer a los demás socios sus propias reglas del juego.


Recordemos la actitud de la dirigencia brasileña al crearse el MAC. “Siendo el país económicamente más importante del MERCOSUR, Brasil debería mostrar magnanimidad,” – comentó entonces el presidente Lula da Silva (14). Como si les hiciera a los países-miembros del bloque un favor. Brasil accedió a la creación del MAC… ¿Pero significa eso que acatará los acuerdos del mismo? La pregunta sigue sin contestar. También es poco probable que en otras esferas de la integración este país acceda a atender la opinión de los vecinos. Ello concierne también a la cuestión de la divisa única del MERCOSUR (Brasil insiste que en todo el espacio de la agrupación integracionista se introduzca su divisa, o sea, el real) y a los planes de crear un parlamento común, a los que Brasil no parece prestar gran atención, y a otros aspectos de la integración.


Carlos Mesa, cuando todavía ejercía la presidencia de Bolivia, manifestó su perplejidad ante la insistencia de Brasil en que los países integrantes de la CAN se incorporaran al MERCOSUR sólo en calidad de miembros asociados. Y el hecho de que simultáneamente se creara la Comunidad de Naciones Sudamericana (CNSA). Pero los móviles de Brasil son fáciles de entender. Si la Comunidad de Naciones Sudamericana era una unión integracionista estructurada según el principio de “1+1” (MERCOSUR + CNSA), el ingreso de los países andinos al Mercado Común del Sur se efectuaría según el principio de “MERCOSUR +”. Es decir que los nuevos miembros conformarían en esa unión una especie de “periferia”. En otras palabras, contribuirían a fortalecer las posiciones del MERCOSUR y del propio Brasil facilitándoles la salida al Pacífico, pero, al mismo tiempo, esos países no tendrían mayor peso dentro de la agrupación integracionista, ya que en el seno del MERCOSUR sólo sus miembros iniciales gozan del derecho de veto.


Vemos, pues, que a pesar de que para Brasil el mercado sudamericano es atractivo no sólo por su envergadura y las perspectivas de ampliación, sino también porque es donde la mercadería de producción brasileña puede alcanzar mayor salida, este país está dispuesto a continuar fortaleciendo al MERCOSUR sólo mientras pueda dictar su voluntad a los demás integrantes del bloque.


Además, el MERCOSUR es el instrumento por medio del cual Brasil lucha contra el “injusto” orden internacional. Valga aquí recordar el proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y las razones por las que se ha aplazado su creación por tiempo indefinido.


Desde el comienzo el proceso de la creación del ALCA fue trabajoso. No sólo por las dificultades técnicas que supone la formación de una ZLC de tal envergadura, sino, en primer lugar, por la enorme disparidad en los niveles de desarrollo de los estados que buscan integrarse en ella, con las consiguientes y muy acusadas diferencias de intereses y prioridades.


Partiendo de los criterios de eficacia y de los resultados del proceso de negociaciones, los últimos diez años pueden ser divididos en tres etapas.


La primera, a la que podemos llamar convencionalmente “de Miami a San José”, duró desde 1994 hasta  1998. En este período el tema de las negociaciones fueron la estructura, la metodología, los términos y la forma de las negociaciones.


Durante la segunda etapa, que se extendió de 1998 a 2002, se trabajó en elaborar el anteproyecto del ALCA.


La tercera etapa del proceso negociador, la más difícil, se prolongó desde 2002 hasta 2005. Se buscaban acuerdos en torno a un amplio círculo de problemas concretos, de vital importancia para los participantes del proceso. Entre ellos, las proporciones y los plazos de reducción o eliminación de los aranceles, la liquidación de las restricciones no arancelarias en las relaciones económico-comerciales, el control sobre las compras gubernamentales, las formas de salvaguarda de las “ramas sensibles”, etc.


El 1 de noviembre de 2002 los representantes de Brasil y de EE.UU. se pusieron de acuerdo sobre el cronograma de las negociaciones y asumieron responsabilidad conjunta por la conducción del proceso hasta enero del año 2005.


El proceso avanzaba a trancas y barrancas; incluso cuando se trataba de puntos que ya habían sido previamente concertados, como la liberación del régimen de inversiones, los mercados de servicios, la propiedad intelectual, surgían nuevas dificultades y nuevas contradicciones (15).


Además, las posiciones de EE.UU. y de Brasil divergían en lo relativo a la forma de la futura ZLC continental. Los diplomáticos brasileños promovían la fórmula “ALCA, una unión de uniones”, la cual suponía alcanzar los objetivos finales mediante el desarrollo de las asociaciones integracionistas subregionales, la creación de la Zona de Libre Comercio de América del Sur sobre la base del MERCOSUR y la unión con el NAFTA en la etapa final, mientras que Washington consideraba al NAFTA como el núcleo en torno al cual debería articularse la ZLC de todo el hemisferio mediante asociación individual de los países latinoamericanos (16).


A comienzos de enero de 2003 la administración del presidente Bush inició las conversaciones oficiales con representantes de cinco países de América Central con el objetivo de firmar en el transcurso del año el convenio sobre la zona de libre comercio. Los principales “tiburones” de la economía sudamericana, —en primer lugar, Brasil— eran dejados “para después”.


Para mediados de 2003, a causa de las contradicciones entre EE.UU. y varios países latinoamericanos, apareció el proyecto de una “variante aliviada” (la llamada ALCA “light”), que preveía solucionar los problemas más sensibles para ambas partes en el marco de la OMC.


Pero sorprendentemente ello no contribuyó a que se reactivaran de las negociaciones sobre ALCA. Debido a ello, en la VIII Reunión de ministros de Asuntos Exteriores de los 34 países, celebrada los días 20 y 21 de noviembre de 2003 en Miami se aprobó de hecho el proyecto ALCA “extra light”. Su esencia consistía en separar del temario de las conversaciones todos los problemas litigiosos e incluir en el texto el mínimo de puntos obligatorios. En otras palabras, a los miembros de la futura asociación se les concedería el derecho de asumir sólo aquellos compromisos que ellos consideraran necesarios. Además, se admitía la elaboración de convenios aparte entre los países que estuvieran dispuestos a asumir compromisos más recios. Tales convenios podían ser bilaterales o a nivel subregional, siempre y cuando pudieran inscribirse en el marco de los compromisos del ALCA. Gracias a ello EE.UU. obtuvo oficialmente la posibilidad de llevar adelante negociaciones con los países de América Central, de la Comunidad Andina de Naciones y del Caribe dentro del marco del ALCA, pero sobre bases bilaterales.


A estas alturas EE.UU. ha firmado ya tratados de libre comercio no sólo con los países de América Central, sino también con los del Caribe, con Chile, Perú y Colombia. Está prevista la próxima firma de un acuerdo sobre este mismo tema con Ecuador. El próximo “objetivo” de la diplomacia de EE.UU. debería ser Bolivia (17).


En lo que concierne al ALCA, en el transcurso del año 2004 no se logró ningún avance real hacia su formalización (ni siquiera en su variante “extra light”) y hoy sabemos que quedó sin cumplir el objetivo de crearla en el plazo fijado, para el 1 de enero del año 2005. En la IV Cumbre de las Américas, celebrada los días 4 y 5 de noviembre de 2005 en la ciudad argentina de Mar del Plata, los gobernantes del hemisferio occidental no lograron siquiera consensuar una nueva fecha para la creación del ALCA.


Hoy por hoy es difícil decir si dicho proyecto llegará a realizarse algún día. Pero es evidente que si los países del Hemisferio Occidental aspiran a reanudar las conversaciones, tendrán que mostrarse más flexibles que hasta ahora en sus relaciones recíprocas. Y a nosotros nos parece poco probable que el ALCA —en la forma en que se planeó inicialmente (como una ZLC de 34 estados del continente)— llegue a ser creada algún día.


Ya ahora es evidente que tanto Brasil como EE.UU. procuran reforzar sus posiciones atrayendo a su lado el mayor número posible de estados latinoamericanos. Sin embargo, si ahora los contornos de la línea divisoria son bastante borrosos, y países que han firmado tratados de libre comercio con EE.UU., pueden ser al mismo tiempo aliados de Brasil (como, por ejemplo, Chile, Perú, Bolivia y Ecuador), es muy posible que en un futuro próximo cual Brasil o EE.UU. exijan a los países de América Latina que se definan y manifiesten claramente de qué lado están. En tal caso es posible que el Hemisferio Occidental se divida en dos polos opuestos.


La paradoja consiste en que Brasil y EE.UU. tienen lazos económicos muy estrechos y, a pesar de todas las contradicciones, ambos países procuran construir sus relaciones bilaterales sobre la base de intereses mutuos, manifestando en todas las formas posibles el alto nivel de confianza política recíproca. Así las cosas cabe suponer que en el caso de que cristalice un sistema multipolar de ordenamiento del mundo, los EE.UU. reconocerían a Brasil como líder de uno de los polos de ese sistema, mientras que las naciones latinoamericanas se arrimarían ora al polo brasileño, ora al de EE.UU. En tal contexto nos parece razonable trazar aunque sea los contornos generales del polo, cuyo liderazgo correspondería a Brasil.


Sin lugar a dudas, su zona de influencia se conformaría en torno al eje geoestratégico Caracas – Brasilia – Buenos Aires. Venezuela, Brasil y Argentina siempre han desempeñado un papel importante en el continente, debido, entre otros factores, a su enorme potencial económico y humano. No obstante, la importancia de ese papel ha crecido sustancialmente en los últimos tiempos gracias a la fructífera cooperación de estos tres estados en las esferas política, económico-comercial, energética y cultural con alto grado de integración física.


En lo que concierne a EE.UU., operando en términos de la politología moderna, el eje geoestratégico Caracas – Brasilia – Buenos Aires representa una especie de oposición interna al megabloque norteamericano dentro del marco del sistema panamericano único.


Acorde con el sistema de círculos concéntricos, en torno al eje Caracas – Brasilia – Buenos Aires se colocará el MERCOSUR. Y el círculo externo de esta configuración sería la recién creada Comunidad de Naciones Sudamericana (CNSA). Vale señalar, que esta unión integracionista les debe su existencia exclusivamente a las iniciativas de Brasil. Fue precisamente la dirigencia brasileña, la que después de firmado en 1998 el Acuerdo marco para la creación de la ZLC entre la Comunidad Andina y el MERCOSUR, la que sostuvo activamente las negociaciones con los países andinos, gracias a lo cual firmó con ellos el acuerdo sobre las preferencias (Argentina suscribió similar convenio con los países andinos en el año 2000 (18)).


Por iniciativa del presidente brasileño Fernando Enrique Cardoso, los días de 31 de agosto y 1 de septiembre de 2000 se celebró en Brasilia la Primera Cumbre Sudamericana, en la cual se discutió la idea de crear con anticipación, ya para el año 2002, una zona de libre comercio entre los países miembros de las asociaciones integracionistas regionales MERCOSUR y el Grupo Andino (19).


Brasil impulsó la firma de los convenios de libre comercio entre los países andinos y los del MERCOSUR, cosa que ocurrió el 4 de abril de 2004 en la capital de Argentina. Gracias también a los esfuerzos de Brasil, en la III Cumbre Sudamericana Tercera, que tuvo lugar del 7 al 9 de diciembre de 2004 en las ciudades peruanas de Ayacucho y Cuzco, se anunció la creación de la CNSA.


Al término de esa reunión cimera se firmó la Declaración de Cuzco, que estipulabala integración económica de los países de la CNSA y la creación de una ZLC en el transcurso de 15 años. Se planeaba que en un principio la nueva comunidad se desarrollaría mediante la “coordinación política” de las actividades de los países miembros. En la declaración se señalaba que el principal foro para la toma de decisiones acerca del desarrollo de los procesos integracionistas en la región serían los encuentros anuales de los Jefes de Estados, mientras que las cuestiones corrientes, concernientes a la formación de la CNSA estarían a cargo de los cancilleres.


Actualmente en del marco de la CNSA se planea realizar en 30 años 335 proyectos del desarrollo del transporte, la energética y las telecomunicaciones por un monto total de US$ 37.470 millones. Tales problemas están agrupados en torno a los llamados “diez ejes” o grandes regiones. En su territorio se planea desarrollar la infraestructura para garantizar el acceso a las zonas de alto potencial económico. Esos diez ejes son los siguientes: el Andino, el Sudandino, el Amazónico, el de Guayana, el del Eje del Capricornio, el MERCOSUR – Chile, el de Paraguay – Paraná, el de Perú – Brasil – Bolivia, el Central interoceánico y el del Sur.


A finales del 2005 que se seleccionaron 32 proyectos por un monto total de US$ 4,2 miles de millones debían cumplirse en el transcurso de cinco años. Y ya en junio de 2005, durante la XXVIII Cumbre del MERCOSUR en Asunción, en la cual participaron como miembros asociados los países de la Comunidad Andina, los gobiernos de Argentina, Brasil, Uruguay y de Chile propusieron a Perú un plan de construcción de un gasoducto de 1750 km de largo desde el puerto peruano de Pisco, conectado al gran yacimiento de gas de Camisea, hasta el puerto chileno de Tocopilla, donde empalmaría con el sistema de gasoductos ya existente en América del Sur (20).


No obstante, a pesar de un progreso tan notable en el desarrollo de la colaboración, no está claro aún cuán duradera y fructífera puede llegar a ser, teniendo en cuenta la tradicional rivalidad “geopolítica” entre países como Brasil y Argentina, Venezuela y Colombia, Chile, Bolivia y Perú.


Ya se ha dicho que a Brasil no le conviene en absoluto una fuerte integración en el marco del MERCOSUR. Menos aún le conviene la cristalización de las tendencias integracionistas en el marco de la Comunidad de Naciones Sudamericanas. En este sentido es importante aclarar lo que hace de América del Sur una región especial para los intereses de Brasil. Mientras el concepto de América Latina está más ligado a la comunidad ideológica y cultural, en la noción de América del Sur se reflejan para Brasil sus intereses políticos y económicos pragmáticos (21). Naturalmente, en caso de realizar exitosamente el proyecto de la integración sudamericana, en esta parte del mundo se crearía no sólo un voluminoso mercado con enorme potencial económico-comercial, sino que esa región adquiriría suficiente peso político en la palestra internacional, y su opinión debería ser escuchada por los demás miembros de la comunidad mundial.


Si Brasil logra someter este espacio a su influencia propia, este país pasará a ser mucho más que un país-gigante emergente para convertirse en una de las potencias mundiales más poderosas. Por ello sería natural que Brasil empeñara máximos esfuerzos para encabezar los procesos integracionistas en Sudamérica.


Desde luego, la tarea no es fácil. Ya hemos dicho que algunos estados de América del Sur tienden a desarrollar relaciones más constructivas con América del Norte. No obstante, nos parece que pronto ellos llegarán a comprender lo poco ventajoso que resulta centrar la mayor atención en las relaciones con EE.UU. Recientemente (en febrero de 2006) el ex presidente argentino Eduardo Dualde dijo, en entrevista concedida al periódico “O Estado de São Paulo”, que el ALCA, al igual que el NAFTA no suponen integración, sino pura y simplemente comercio. Mientras que los países de Sudamérica aspiran a una “integración física, cultural, financiera y energética, una integración de las estrategias del negocio” (22). Y por ello en cualquiera de caso para este país el desarrollo de la integración en el marco de la Comunidad de Naciones Sudamericanas tendría un significado prioritario.


Incluso si el gobierno de Brasil no logra mantener un equilibrio razonable entre sus intereses nacionales propios y los de sus vecinos, incluso si su política integracionista no es suficientemente constructiva, nos parece poco probable que se desmorone la CNSA. Porque son demasiados los beneficios que ofrece este proyecto. Y son muy limitadas las opciones estratégicas que se ofrecen a los estados sudamericanos.


De lo dicho se puede deducir que Brasil aspira a un tipo de integración, que le permita a él mismo “encargar la música”. Para Brasil la integración no es un objetivo en sí, ni tampoco es simplemente la realización de la diplomacia económica. Para este país la integración con los estados vecinos es, ante todo, un importantísimo recurso para el desarrollo del país propio. Es evidente que el resultado de las iniciativas promovidas por Brasil para concertar acuerdos, que establezcan aranceles privilegiadas con sus socios sudamericanos, será la ampliación del intercambio comercial entre distintas regiones del país y los mercados exteriores, con los consiguientes beneficios económicos y sociales recíprocos. El crecimiento de las exportaciones contribuye a la creación de nuevos puestos laborales, al aumento de las ganancias y, por consiguiente, a la elevación del bienestar de la población.


Semejante combinación de los intereses regionales y nacionales se hace aún más evidente cuando se trata de la integración física.


El perfeccionamiento de la red de transporte y de los medios de comunicación entre los diversos países significa, en primer lugar, la modernización y creación de medios de comunicación internos, que contribuyan al aumento del intercambio comercial no sólo con socios externos, sino también con los locales. El estrechamiento de los vínculos con los mercados externos contribuiría, en fin de cuentas, a la aproximación de las diversas regiones del país, incluidas las más distantes, y, por ende, a los objetivos de la integración nacional (23).


Creemos que en el futuro Brasil sería el líder de un espacio sudamericano único, en el cual no habrá guerras ni conflictos, un espacio liberado del terrorismo y del narcotráfico, en el que reinarán la paz y la unanimidad.


Es bien posible que los países sudamericanos lleguen a tener una economía única, apliquen una política coordinada que se combine con los intereses de Brasil. No está descartado que los países sudamericanos elijan también un modelo de desarrollo social común, que ya ahora están realizando no sólo Brasil, sino también Argentina, Venezuela, Uruguay, Bolivia y Chile.


En octubre de 2005, al intervenir en Roma ante una reunión de empresarios italianos, Luiz Inácio Lula da Silva dijo: “El siglo XIX fue el siglo de Europa, el XX ha sido el de los Estados Unidos, y el XXI será el siglo de Brasil”. Y agregó: “No perderemos esta gran oportunidad de convertirnos en una potencia económicamente fuerte” (24).


Queda por ver en qué medida se realizan las esperanzas del presidente.



1. È.Ê. Øåðåìåòüåâ. Âîñõîäÿùèå ñòðàíû-ãèãàíòû: äèñêóññèÿ ïðîäîëæàåòñÿ.// Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà, 2006, ¹ 2. Ñ. 27.
2. Á.Ô. Ìàðòûíîâ. Áåçîïàñíîñòü: ëàòèíîàìåðèêàíñêèå ïîäõîäû. M., 2000. Ñ. 120.
3. Â.Ï. Ñóäàðåâ. Âçàèìîçàâèñèìîñòü è êîíôëèêò èíòåðåñîâ. ÑØÀ è Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà – âòîðàÿ ïîëîâèíà XX âåêà. Ì., 2000. Ñ. 123.
4. Á.Ô. Ìàðòûíîâ. Óêàç. ñî÷., ñ. 122.
5. Ñ. Ëàôåð. Ïîñòîÿííûå íàïðàâëåíèÿ âíåøíåé ïîëèòèêè Áðàçèëèè ñ íà÷àëà ÕÕ âåêà.//Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà, 2001, ¹ 6. Ñ. 25.
6. Ñ. äî Ðåãî Áàððîñ. Îñíîâû þæíîàìåðèêàíñêîé èíòåãðàöèè.//Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà, 1996, ¹ 5. Ñ. 22.
7. À.À. Æåëåçíÿê, Ë.ß. Íóòåíêî. Áðàçèëèÿ è Ìåðêîñóð.//Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà, 1997, ¹ 2. Ñ. 35.
8. María de Monserrat Llairó. La integración latinoamericana: de la ALALC al MERCOSUR. La integración latinoamericana. Entre el regionalismo abierto y la globalización. Mérida, 2002. Ð. 50.
9. www.fazenda.gov.br.
10. Á.Ô. Ìàðòûíîâ. Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà íà öèâèëèçàöèîííîì ïîäúåìå.//Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà, 2006, ¹ 1. Ñ. 12.
11. Ibidem, p. 13.
12. Ï. Ðîìàíîâ. Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà: «Ñîöèàëèçì XXI âåêà?».//ÐÈÀ Íîâîñòè, 1.II.2006.
13. Ñòðóêòóðíûå èçìåíåíèÿ â Çàïàäíîì ïîëóøàðèè: âçãëÿä èç Ðîññèè.// Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà, 2004. Ñ. 15.
14. À. Êóðãóçîâ. Âåíåñóýëà ñòàëà íîâûì ÷ëåíîì Þæíîàìåðèêàíñêîãî îáùåãî ðûíêà.//ÐÈÀ Íîâîñòè, 10.XII.2005.
15. “O mundo de Lula”.//The Economist. Londres, 3.III.2006.
16. Â.Ï. Ñóäàðåâ. Äâå Àìåðèêè ïîñëå îêîí÷àíèÿ «õîëîäíîé âîéíû». Ì., 2004. Ñ. 103.
17. Èíòåãðàöèÿ â Çàïàäíîì ïîëóøàðèè è Ðîññèÿ. Ì., 2004. Ñ.46.
18. Os EUA fazem sua ALCA.// O Estado de Sao Paulo, 5.III.2006.
19. Èíòåãðàöèÿ â Çàïàäíîì ïîëóøàðèè è Ðîññèÿ. Ì. 2004, ñ. 139.
20. À.À. Ëàâóò. ÞÀÑÍ – íîâûé ýêîíîìèêî-ïîëèòè÷åñêèé áëîê.//Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà, 2006, ¹ 1. Ñ. 22.
21. Ð.Ó. Ñåííåñ. Ýâîëþöèÿ âíåøíåé ïîëèòèêè Áðàçèëèè.//Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà, 1997, ¹ 4. Ñ. 23.
22. Entrevista: Não há outra saída além de um bloco regional.//O Estado de São Paulo, 14.02.2006.
23. Ñ. Äî Ðåãî Áàððîñ. Îñíîâû þæíîàìåðèêàíñêîé èíòåãðàöèè Ëàòèíñêîé Àìåðèêè.//Ëàòèíñêàÿ Àìåðèêà, 1996, ¹ 5. Ñ. 28.
24. Lula: “El siglo XXI será el de Brasil”//El Nuevo Herald”, 17.X.2005.


 

ÃËÀÂÍÀß Î ÍÀÑ ÄÅßÒÅËÜÍÎÑÒÜ ÑÒÐÓÊÒÓÐÀ ÏÓÁËÈÊÀÖÈÈ ÊÎÍÒÀÊÒÛ ÊÀÐÒÀ ÑÀÉÒÀ ESPAÑOL
Copyright © ÈËÀ ÐÀÍ 2005