Natalia Shéleshneva-Solodóvnikova
Culturóloga, ILA
LA OBRA DE FERNANDO BOTERO COMO FENÓMENO DEL POSTMODERNISMO
En el siglo veinte América Latina dio al mundo toda una pléyade de pintores excelentes. Figuran entre ellos muralistas mexicanos, pintores modernistas e indigenistas de diversos países y aparecen, por fin, representantes del paradigma postmodernista en cuyas obras, de muchos de ellos, suena el tema social. A mediados y en la segunda mitad del siglo este tema se presenta vivamente además de la creación de Siqueiros en las obras del venezolano Gabriel Bracho y de dos grandes pintores del Ecuador – Eduardo Kingman y Osvaldo Guayasamín así como en numerosas obras de maestros chilenos y cubanos.
En el último cuarto del siglo XX y a principios del XXI aparecieron en América Latina nuevos nombres de maestros de gran talento – tanto arquitectos, como pintores y escultores. Sin embargo, uno de ellos ocupa un lugar preponderante ya que es conocido prácticamente en el mundo entero. Sus pinturas y obras gráficas adornan las paredes de numerosos museos en Europa, América, Asia incluido Japón; sus estatuas y composiciones escultóricas se encuentran no sólo en colecciones, sino también en las plazas y calles de ciudades europeas. Hoy día es uno de los pintores más talentosos, originales e incansables. Es autor de más de tres mil pinturas y más de doscientas obras de escultura, sin contar un sinnúmero de dibujos y acuarelas. Sus obras son objetos de caza para los ladrones especializados en robar artículos de artes. Así, en el año 2002 fueron encontrados en uno de los parques de Bogotá dos de sus pinturas que habían sido robadas un mes atrás. Aun más, durante los últimos tres años volvió a crecer el interés por su arte gracias a su obra dedicada a los ampliamente conocidos sucesos ocurridos en la cárcel iraquí de Abu-Ghraib en 2003.
Se trata, pues, del famoso y de uno de los más exitosos pintores de los últimos 40 años, del colombiano Fernando Botero, nacido en 1932 en Medellín. Ya al final de los años 50 inventó Botero su famosa “forma circular” que le valió el apodo, por parte de los críticos, “El cantor de los gordinflones”.
A decir verdad, en la obra de Botero se concentran en forma muy palpable ciertos rasgos identificados como determinantes para la época postmodernista. Se puede afirmar que el pintor estaba en los orígenes de este fenómeno, mismo que sufrió en los últimos años algunas transformaciones pero sigue siendo predominante en la cultura mundial.
Del mismo modo como en su tiempo en 1874 el fotógrafo parisiense Nadar concedió su estudio a un grupo de pintores jóvenes que más tarde llegaron a ser impresionistas famosos; en 1951 en su taller en Bogotá, el fotógrafo Leo Matís, expuso dibujos, acuarelas y obras pictóricas de un joven de 19 años llegado de provincia que se llamaba Fernando Botero. Por aquel entonces, Botero estaba bajo la influencia de Gauguin y de los periodos azul y de rosa de Picasso. Dos años antes de esta exposición en 1949 durante la guerra civil que había estallado en Colombia, después del asesinato en 1948 del líder liberal Gaitán, Botero fue expulsado del colegio en su ciudad natal Medellín por haber publicado un artículo sobre Picasso y Dalí – dos de los pocos modernistas que Botero reconocía por aquel entonces.
Las obras del joven pintor eran tan distintas entre sí que muchos de los visitantes de la exposición decidieron que se trataba de la obra de varios maestros. Sin embargo, las obras iban siendo bien compradas lo que permitió a Botero realizar su sueño de viajar a Europa; Madrid, Paris, después Italia, Florencia, Siena, Ravenna... A diferencia de muchos de sus contemporáneos, pintores jóvenes que aspiraban más a los experimentos neo-vanguardistas, Botero se dedicó a copiar y estudiar las obras de antiguos maestros. No en vano dirá en el futuro: “En los años del aprendizaje cada uno está buscando su estilo, y yo buscaba la pericia”.
En 1955 regresa a Colombia pero la exposición de sus obras italianas fracasa prácticamente y Botero se va a México. Precisamente aquí, en 1956 crea “Naturaleza muerta con la mandolina”, donde, se considera, descubre el modo de representar cuerpos volumétricos tan propios para su arte en el futuro. Aquel mismo año va a Washington, donde es organizada una exposición de sus obras y después se traslada a Nueva York.
A finales de los años 50 el centro de las artes plásticas se traslada de París, que fue lugar de nacimiento de corrientes modernistas, a Nueva York, algo que se explica porque el fundador del “pop-art” – una variante del nuevo arte de objetos – fue el norteamericano Robert Raushenberg. Pero a decir verdad, es que al cabo de cierto tiempo en 1965 París recobró la primacía en la persona del líder del así llamado “arte óptico” (“op-art”), Victor Vazareli.
No fue Botero el primer latinoamericano que influyó en la formación de tal o cual corriente en el arte europeo y mundial. Así, el argentino Emilio Pettoruti en 1913 junto con Marinetti, Carra, Soffici, Boccioni y Russolo estaba a orígenes del futurismo italiano. La famosa revista parisiense “Cercle et Carré” a comienzos de los años 30, dio nombre a una de las corrientes del abstraccionismo geométrico, creado por Michele Sefore, notable representante del purismo y por el uruguayo Joaquín Torres-García que a su tiempo ya había colaborado con el genial Gaudí en la construcción de la catedral en Palma de Mallorca.
Desde los comienzos de los años 50 Botero crea obras inspiradas en el arte de Leonardo da Vinci, Botticelli, Yan Van Eyick, Mantegna, Velázquez, Durero, Eduardo Manet. Sus trabajos son expuestos en los Estados Unidos y Europa. Desde 1973 Botero reside en París, aunque reserva estudios en Nueva York y en la Tucurinca colombiana. En el mismo año compró una casa en Italia, en Pietrasanta, donde se dedica generalmente al trabajo de escultor, creando lo más frecuentemente esculturas y composiciones en bronce, aunque a veces utiliza también el mármol.
Lo esencial en la obra de Botero es la forma, o mejor dicho, una fiesta de formas, - grandes, hipertrofiadas en sus dimensiones. Suscitan en la memoria del hombre de la cultura europea las imágenes imponentes de Rabláis - las de Gargantua y Pantagruel. No en vano la investigadora de arte francesa Solange Ozias de Turenne, organizadora de la exposición de Botero en Moscú y San-Petersburgo en 1993– 1994 ya en la primera frase de su artículo para el catálogo de esta exposición afirma tajantemente: “Botero es un pintor del Renacimiento” y más allá califica su obra como “alegre”. Pero la autora del otro artículo del mismo catálogo Irina Antónova, directora del famoso Museo de Bellas Artes en Moscú, considera que “inmovilizados en posturas estáticas, arrancados de la corriente del tiempo agitado” los personajes de Botero, aunque parezcan ser predestinados para servir de objetos de contemplación amena, también encierran cierta ironía y tristeza.
No hay duda que los años de juventud pasados en Europa, donde estudió tan asiduamente la maestría de los pintores de antaño y después Nueva York, con su viraje artístico, por aquel entonces, al arte de objetos (aunque, a decir verdad, no era el “pop-art” clásica, sino continuación del dadaísmo vanguardista de fines del primer decenio del siglo pasado) – en conjunto influyó en la formación del estilo propio y original de Botero. Su modo de pintar, recibió incluso una denominación propia – “el boteromorfismo” que suena tan parecido al “biomorfismo” abstracto y orgánico que también suponía la redondez blanda de las formas y que Hans Arp llamaba “las nubes”.
Y ¿porque llegó a ser Botero una figura tan significante en la época postmodernista? Se considera que el “pop-art” era la primera golondrina del arte postmodernista, y esto debido a su propensión por el así llamado “kitsch” que tiende a disminuir la oposición entre el arte elevado y bajo y está dispuesto a mezclar lo relacionado con estas dos categorías fundamentales: la cultura y la civilización. Hablar del postmodernismo (o del modernismo mismo) como de un estilo determinado único es imposible, ya que en la obra de todo pintor descuellan rasgos diferentes. Hay muchas definiciones del postmodernismo. Pero como el mismo, con su ambigüedad, es un fenómeno de transición ecléctico, así también los autores que escriben sobre esta corriente a veces difieren mucho en sus apreciaciones. Así, el escritor y crítico francés Jorge Batay ha dicho que la obra posmodernista, siendo amorfo en su esencia, puede existir en cualquier ambiente, fuera de la morfología del arte; pero esto lo ha dicho Batay respecto del conceptualismo, ante todo. Mientras tanto, el arte de Botero, con su validez de la forma, no corresponde a esta afirmación, aunque las obras del pintor colombiano si que pueden existir en cualquier contexto. Pero tales rasgos propios del postmodernismo como la parodia, el “pastish” (que coincide a veces con el eclectismo) y, en cierta medida, el “kitsch” forman lo más esencial del arte boteroniano. El pintor ha creado el modo propio de colocar en el espacio cuerpos redondeados, hinchados a veces como globos, de ponderabilidad visual acentuada. Sirviéndose de este modo creativo, parafraseó Botero, fueron creadas muchas grandes obras de arte, y entre ellas: la “Mona Lisa” de Leonardo da Vinci (dos veces), “La pareja de Arnolfini” de Yan Van Eyick, “El cuarto de desposados” de Mantegna, “El nacimiento de Venus” de Botticelli, un autoretrato de Durero, el autoretrato de Velázquez de las famosas “Meninas”, y otras.
Hay que decir que el principio de la amorfosis, o sea de cierta desfiguración de la forma que es característico para el manierismo, el barroco y el así llamado “arte ingenuo” y, después, para muchas corrientes del siglo XX, encuentra su manifestación en la obra de Botero en la forma redondeada que inventó su instintiva o tal vez en forma premeditada, la que quizás partiendo de uno de significados de la palabra que le sirve de apellido, o sea “botero” que indica al hombre que fabrica las botas para el vino (una especie del “odre”, del “pellejo”); ya que, en efecto, sus personajes recuerdan esas botas del vino llenas y hinchadas por su contenido. En cuanto al aspecto teorético-conceptual, resulta que el principio de la forma redondeada tiene mucho que ver con el concepto de “Das Selbst” del filósofo alemán Carlos Gustavo Yung que significa “la integridad del hombre llegada a su plena realización”, la quintaesencia del “yo” que pertenece a uno de los arquetipos psíquicos más importantes, según Yung, y se representa, más a menudo, en la forma del círculo. Y eso no es todo. Según Edgar Poe y Paule Valery, la verdad absoluta consiste en la ley de la densidad absoluta a la que está sometido el universo. Es posible que esta opinión haya influido en la obra tan original y sin parangones de Botero. Basta decir, como lo ha hecho el escritor norteamericano Koraguessan Boil en su novela “El Oriente es siempre el Oriente”, que el personaje daba la impresión de haber salido de una de las pinturas de Botero y en seguida se puede figurarse uno esta imagen obesa, prácticamente inmóvil, de mirada indiferente. En el mayor de las veces Botero pinta a las mujeres, tanto desnudas como vestidas, y más raramente a los varones, con sus bigotillos indispensables, sombreros – “canotier”, y que apenas caben en sus trajes estrechos.
Botero ha cultivado prácticamente todos los géneros (desnudos, interiores, autorretratos, naturaleza muerta). Y a diferencia de los dadaístas y los pintores del “pop-art” él no representa los objetos, sino precisamente crea la naturaleza muerta, incluso en la escultura. Si sus lienzos además de la forma atraen por la técnica formidable, la encantadora combinación de colores, tonos y matices, sus obras esculturales se destacan ante y sobre todo por la forma. Y si en las estatuas de hombres y animales es evidente el juego con la forma, en sus naturalezas muertas esculturales en bronce el autor simplemente se deleita con la forma misma de los objetos: frutas, vasos, instrumentos musicales, tenedores, cucharas, cuchillos, puestos en la superficie de la mesa y – como en las naturalezas muertas de los holandeses del siglo XYII – con mantel o servilleta arrugados; y eso es un tipo del arte que requiere maestría especial.
Los personajes de Botero casi no son individualizados, y por eso, en gran medida, den la impresión de permanecer en la eternidad. Habiéndose dirigido en los años de juventud, en los dibujos y la pintura, al tema de la violencia colombiana, lo dejó aparte después, para largo tiempo, aunque el tema, por lo visto, siguió viviendo latente en el fondo de su alma. No por casualidad creó varios lienzos sobre la tragedia del Nuevo Tratamiento (“Evangelio según San Mateo”), por ejemplo, “Degollación de los inocentes”. A propósito, el tema religioso y, particularmente, las imágenes de Cristo y la Virgen, no son raras en su obra.
No voy a detenerme en la descripción y el análisis de obras concretas de Botero dignas de atención, aunque el talento de este maestro se manifiesta cada vez de modo nuevo. Solo quiero llamar la atención a la serie de 45 obras suyas, lienzos y dibujos, dedicadas al tema de la violencia a base de sucesos ampliamente conocidos en la cárcel iraquí de Abu-Ghraib, sucesos que le obligaron a Botero a abandonar la actitud, como podría parecer, de indeferencia casi completa respecto al tema del mal en la política y la vida social.
Creadas en 2005 en la técnica tradicional de pintura al óleo sobre el lienzo, las obras dedicadas a los crímenes en Abu-Ghraib no llevan suscripciones por separado. Cada una de ellas es señalada por el nombre Abu-Ghraib, la fecha “2005” y el número. Y al final de 2005 y al principio de 2006 Botero organizó la exposición de estas obras que tuvo lugar en algunos países de Europa, y entre ellos – en Alemania, Italia y Grecia. El pintor trataba de conseguir que fuese demostrada también en los EEUU, pero los museos y las galerías de este país guardaban silencio al respecto hasta que en septiembre de 2006 llegó la respuesta positiva de la galería de Nueva York “Marlborou” que frecuentemente colabora con el Instituto Cervantes.
Hay que señalar que Botero expone a menudo sus trabajos con el fin de venderlos y es considerado como el pintor comercial muy exitoso. Pero en cuanto a las obras de esta serie, el gran pintor no tiene el propósito de vender ninguna de ellas. Lo mismo pasó con las obras de la serie dedicada a la violencia colombiana, de 2004, que en cantidad de 50 trabajos (23 lienzos y 27 dibujos) la regaló a la ciudad de Bogotá. Es muy posible que Botero, a quien lo llaman "el cantor de alegría",esté dispuesto a regalar la serie sobre Abu-Ghraib a los EEUU, ya que ama a este país, donde pasa trabajando mucho tiempo, y a su pueblo que, en general, está protestando contra la guerra en Irak.
La diferencia entre “la guerra interna” en Colombia y lo que está pasando en Irak la explica el pintor así: “En Colombia existe la violencia, pero esto es fruto de la indeferencia e injusticia social. Mientras que lo sucedido en Abu-Ghraib me espantó a mí por ser realizado por el país que se presenta como dechado de la misericordia. Es terrible humillar a la gente, y esto fue hecho aquí aun en forma perversa: además de la humillación física, fue perpetrada una humillación psíquica”.
Dándose cuenta de que el hombre contemporáneo, el espectador o el oyente está acostumbrado tanto a los horrores que en el mejor de los casos trata de no mirar, no oír y no leer, Botero decidió llamar la atención a la tragedia sirviéndose no del moderno modo de reportaje, sino del imperecedero procedimiento del arte - a través el dibujo y la pintura. El artista queda fiel a su forma predilecta y al colorido vivo de sus obras anteriores. Los cuerpos redondeados de los presos, en su mayoría de ojos vendados y de manos y pies sujetados por sogas o brazaletes metálicos, a veces desnudos y a menudo en pelucas y vestidos, de burla, de ropas interiores femeninas de colores al pastel, están colocados en jaulas de metal; ya son cuerpos aislados arrodillados, ya aparecen dos cuerpos masculinos desnudos, que la mano de un soldado que está fuera del lienzo empuja uno a otro, esperando ser testigo del pecado sodomita. Botero pinta también escenas aun más detestables de los cuales incluso no da ganas de hablar. Creando su serie de Abu-Ghraib Botero, según sus propias palabras, pensaba en Giotto. No es sorprendente por eso que la cara de uno de los presos recuerda las imágenes del gran italiano.
De cierto modo, Botero continúa aquí lo que hacían otros pintores en tiempos diversos. Si se trata del arte iberoamericano eso se refiere en primer lugar a Goya y Picasso que han representado los horrores de la guerra, el primero – en la serie “Las calamidades de la guerra” (de 1810-1820, y el segundo – en “La Guernica” (1937). Lo mismo que para Botero no era el tema de la guerra el central en su obra, pero la compasión por los inocentes y la responsabilidad del artista ante su tiempo han obligado a estos tres pintores dirigirse a los problemas socio-políticos. Al crear estas dos series ("la violencia colombiana" y "Abu-Ghraib") a principios del III milenio, lo que era difícil imaginar aún a fines del siglo XX, Botero volvió a dedicarse a su predilecto tema de la naturaleza muerta, imágenes de mujeres y hombres, retratos que, a pesar de lo paródico y lo grotesco que hay en su obra, ofrecen al espectador la posibilidad de gozar las amenidades de la vida. No en vano se llama la última obra de Botero “Más raro que el paraíso”, un trabajo inspirado en los recuerdos de numerosos viajes del pintor.